lunes, 7 de julio de 2014

SIMÓN BOLÍVAR



SIMON BOLIVAR

Simón Bolívar es el hombre más grande que ha nacido en el Nuevo Mundo. Su tierra natal es Venezuela: nació en Caracas el 24 de julio de 1783.
Sus padres y parientes eran muy ricos. Poseían una hermosa hacienda, la hacienda de San Mateo, en donde Bolívar pasó largas temporadas y así aprendió desde la más tierna infancia, a amar el campo y las montañas, el cielo y el mar.
Tenía cinco años solamente cuando un día en que le enseñaban a montar a caballo, habiéndolo puesto sobre un burro, el animal hizo un movimiento extraño y echó por tierra al pequeño jinete. El niño se levantó diciendo: ¿cómo quieren que aprenda a montar a caballo si lo que me dan es un burro?

Poco tiempo después murió el padre. Su infancia corrió entre los dulces días familiares de su espléndida casa de Caracas y las temporadas pasadas en el campo, en el seno de la naturaleza. Poco tiempo después perdió a su madre quedando al cuidado de sus tíos que lo amaron siempre mucho. Entonces empezó a recibir lecciones de gramática y cosmografía que le daba don Andrés Bello, quien era ya entonces un hombre notable; pero fue el señor don Simón Rodríguez, hombre de gran talento, quien modeló en gran parte el alma y el carácter de aquel muchacho que iba a ser más tarde llamado por los pueblos y los hombres el Libertador de América. Cuando Bolívar cumplió dieciséis años sus tíos
decidieron enviarlo a Europa para que allí terminase sus estudios y su educación. Arreglado el viaje, partió a fines de 1799, rumbo a España. Pero el buque pasó primero a Veracruz en donde iba a recoger una fuerte cantidad de dinero que el antiguo Virreinato de la Nueva España debía hacer embarcar para la Metrópoli. Pero mientras llegaban los caudales, Bolívar tuvo tiempo de visitar la Ciudad de México, pasando la diligencia que lo conducía por la pintoresca Jalapa y la monumental Puebla. Sólo diez días pudo permanecer en México el joven venezolano. Como era rico y de una familia distinguida y traía además cartas de recomendación para el Oidor Aguirre y el Arzobispo, fue presentado inmediatamente a las personas notables de la ciudad y también al Virrey que era entonces el señor don Manuel José de Azanza. Bolívar, educado finamente y poseyendo además el incomparable don de la simpatía personal, tuvo siempre la fortuna de ser muy bien acogido en todas partes y por todas las personas que lo conocían. La Marquesa de Uluapa le dio alojamiento en su palacio y el Virrey Azanza gustaba de conversar con aquel muchacho que ya daba señales de mucha inquietud y de mucho talento.
Una tarde, después de un largo paseo por la ciudad acompañado del Oidor Aguirre, fue Bolívar a Palacio a visitar al Virrey quien lo invitó a tomar chocolate. La conversación era amena e interesante; pero, poco a poco, hablando de viajes y de la América del Sur, principió a hablarse de la organización de las Colonias Españolas de América. Bolívar nerviosamente habló de la independencia y sostuvo con toda la fuerza de su grande alma la idea de que nuestra América debía ser ya independiente de España. El tema de la conversación empezó a molestar el ánimo del Virrey, quien levantándose de su asiento y yendo hasta el fondo del salón, llamó al Oidor Aguirre para decirle que debía despachar para Veracruz inmediatamente, a aquel muchacho que, según el Virrey, tenía ideas peligrosas. Bolívar regresé a Veracruz y después de mes y medio de viaje en el que hubo de padecer los rigores de una espantosa tormenta, llegó a España en donde debía esperarle un suceso muy importante.
En Madrid, la hermosa capital de España, vivía el Rey Carlos IV rodeado de lujosa corte y numerosa servidumbre. Como era un Rey tonto, y de carácter muy débil, se abandonaba al dominio de su Ministro Godoy, hombre inteligente y muy ambicioso. España, que tres siglos antes, durante los grandes reinados de Carlos V y Felipe 11, fue la nación más poderosa de Europa, en este tiempo del reinado de Carlos IV empezaba a perder casi completamente su gran fuerza política en Europa, por el desprestigio de sus últimos reyes y de sus hombres de Gobierno.
Bolívar llegó a Madrid y fue presentado por un colombiano amigo suyo que tenía grandes valimientos entre la nobleza y los hombres de Palacio, a todas las personas de la corte que por sus riquezas o por sus elevados puestos públicos hacían sonar su nombre en Madrid.
Un día conoció Bolívar a la señorita María Teresa Toro,
sobrina de un Marqués y de familia muy honesta. El dulce sentimiento del amor se apoderó de aquellas dos almas y las virtudes de María Teresa hallaron en el hermoso corazón de Bolívar el sitio más delicado para hacer crecer en el alma del caraqueño, las ilusiones y deliciosas tristezas que da el primer amor. El muchacho pensó inmediatamente en casarse; pero la familia de la novia, en vista de la excesiva juventud de los novios dispuso aplazar el matrimonio por algún tiempo.
Aranjuez es un lindo lugar cerca de Madrid adonde van el Rey y la Reina y los Príncipes a pasar días de placer y descanso. Un día, en el sitio destinado al juego de pelota, jugaban dos muchachos. Uno de ellos era el Príncipe de Asturias, heredero del trono de España, hijo primogénito del Rey Carlos IV. El otro jugador, era Simón Bolívar. La Reina y sus damas conversaban y miraban el juego. De repente Bolívar dio un fuerte pelotazo en la cabeza al Príncipe
y éste fue a quejarse con la Reina; pero la Soberana lo convenció de que esos pequeños accidentes eran simples cosas del juego y que debía volver a jugar.
Algún tiempo después el Príncipe, con el nombre de Fernando VII, se coronaba Rey de España y de las Indias. Algún tiempo después Bolívar, Libertador de América, iba a arrebatarle el más elevado tesoro de su Corona: las Colonias Españolas del Nuevo Mundo. Aquel pelotazo fue el anuncio de un desastre para España.
Por este tiempo, Bolívar, que había descuidado bastante sus estudios, se dedicó a ellos con tanto afán, que en poco tiempo aprendió muchas cosas y se dedicó a otras.
Poco después hizo un viaje a Francia, fue a París, y allí vio de cerca al hombre más famoso de aquellos días, a Napoleón Bonaparte que era el general más notable del mundo, pues había derrotad muchas veces a ejércitos unidos de diferentes naciones. Bolívar, entonces, admiraba a Napoleón
Regresó a Madrid, y se casó con la señorita María Teresa. Los jóvenes esposos salieron poco tiempo después para Venezuela. Sólo  diez meses vivió Bolívar lleno de felicidad y de amor al lado de su esposa; ésta murió al cabo de ese tiempo, en Caracas, dejando a su esposo hundido en inmenso dolor. Viudo a los diecinueve años, decidió viajar por Europa para buscar reposo en la inquietud constante de los viajes. Después de pasar en España algunos días al lado de la familia de su esposa, salió para Francia. París se Ilenaba de fiestas con motivo de la coronación de Napoleón Bonaparte. El que antes sólo fuera un general lleno de victorias y también un revolucionario, ahora traicionaba sus principios democráticos y apoyado por sus ejércitos ceñía sobre su frente la vieja Corona Francesa que él mismo había ayudado a derribar hacía unos cuantos años. Bolívar, entonces, ya no admiraba a Napoleón.
Volvía a ser París, como en los tiempos lujosos de los Reyes, la ciudad de la elegancia y de la moda, de la cortesía y del placer. Damas de grande inteligencia y belleza reunían en los salones de sus palacios a los hombres más distinguidos y a las mujeres más hermosas. Bolívar, tan joven, lleno de simpatía, de talento y de fina educación, frecuentó todos los sitios de París donde se unían al talento el lujo y la belleza. Por este tiempo acababa de regresar de un largo y maravilloso viaje por Nuestra América, el Barón de Humboldt. Este hombre era un sabio. Había recorrido casi todo el Nuevo Mundo, midiendo la altura de las montañas más altas, la anchura y profundidad de los grandes ríos, la elevación de las mesetas sobre el nivel del mar, la fuga de los litorales eternamente movidos por las olas; ruinas de antiguas ciudades, árboles viejos, rincones notables de la naturaleza, animales desconocidos en Europa, organizaciones de Gobierno; pueblos y razas, todo lo estudió con curiosidad, con paciencia admirable, aquel viajero maravilloso que era también un gran sabio: Alejandro de Humboldt. Nuestra América debe a este hombre ilustre el que Europa conociera bastante bien, desde hace más de un siglo, su geografía, su fauna y su flora, y su cultura de entonces. Humboldt reunía en su casa de Paris a multitud de personas distinguidas que visitaban, llenas de curiosidad, las riquísimas colecciones que el sabio alemán llevaba a Europa después de su largo viaje por América. Bolívar frecuentó la amistad de Humboldt
así como la de otros sabios que entonces residían en París. Gastaba sus días en divertirse mucho, en pasear siempre, y en hacerse presente en dondequiera que el talento y la cortesía se aliaban para hacer agradable la vida. Vestía entonces el joven venezolano hermosos trajes y usaba joyas espléndidas. Era de mediana estatura, delgado, ensortijado el cabello y la frente anunciadora ya de grandes sucesos, la boca grande pero bien dibujada, la nariz hermosa. Los ojos muy grandes y negros, que causaban siempre, al decir de todas las personas que lo conocieron, una profunda simpatía en dondequiera que se presentaba. Hablaba francés perfectamente y podía conversar sobre muchas cosas. Fue siempre un gran conversador.
En París se reunió con su antiguo maestro don Simón Rodríguez y juntos salieron para Italia. ¡Italia! la tierra donde creció la República Romana y el vasto Imperio de Roma. Italia, llena de historia y de arte, bajo un cielo luminoso y azul, bañada por dos mares y acariciada por dulces climas. Bolívar y su maestro viajaban a pie por Italia. En Milán asistió el futuro Libertador de América a la segunda coronación de Napoleón Bonaparte, Emperador de Francia y Rey de Italia. Por esos días pasó Napoleón revista a sus tropas, y un poco cerca de él estaba Bolívar con su maestro Rodríguez. El gran soldado francés miraba frecuentemente con curiosidad a Bolívar. Siguió éste viajando por Italia, Llegó a Roma.
Roma es la ciudad histórica más importante de Europa. Ella sola encierra gran parte de la historia humana. Cuando se llega a Roma, el corazón se multiplica y los ojos de toda una vida no alcanzarían para mirar tantas cosas. Rodeada de colinas, sobrelleva majestuosamente y con gloria su antigüedad de veintiséis siglos. En Roma la imaginación se enciende como una selva entera tocada por un rayo. Bolívar y su maestro se hospedaron en una posada desde la que aún puede admirarse las ruinas gigantescas del antiguo Circo Romano. Todo en Roma es grandioso, hasta las ruinas. Bolívar gustaba de vagar solo por aquella parte de la ciudad en donde aún se levantan los restos imperiales de la Roma del grande Emperador Trajano. El joven caraqueño que iba a realizar después la Independencia en casi toda Nuestra América, tenía una gran tristeza en el fondo del alma, y esa gran tristeza no le abandonaría jamás. Ya su corazón se llenaba de altísimos sentimientos. Una tarde, paseando por el monte Aventino, una de las colinas que rodean a Roma, en compañía de su maestro Rodríguez, habiendo quedado ambos muy callados y silenciosos, mientras el sol, por la campiña romana tocaba las últimas piedras de las tumbas de la Vía Appia, Bolívar se puso de pie y juró a su maestro y a sí mismo dedicar su vida a la empresa gloriosa de la Libertad de Nuestra América. Y bajaron a la ciudad llenos de emoción y entusiasmo patrióticos.
El carácter del futuro Libertador de América, empezaba ya a revelarse lleno de energía y de libertad, Por esos días el Embajador de España en Roma le invitó a visitar al Papa. Al llegar frente al Pontífice, el Embajador, hincando las dos rodillas, besó las cruces bordadas en las sandalias del Papa. Bolívar permaneció de pie. En vano el Embajador le hacía señas para que hiciera lo que él acababa de hacer. Los momentos pasaban como siglos desagradables, la situación era penosa. Entonces Bolívar dijo: “Bien se conoce lo mucho que el Papa aprecia la Cruz de Cristo cuando la lleva, en los pies.” Y se negó a arrodillarse.
Bolívar y su maestro recorrieron a pie, casi toda Italia. Estuvieron después en Austria y Alemania; allí se embarcó Bolívar rumbo a los Estados Unidos en los que después de haber visitado las principales poblaciones,  tomó pasaje para Venezuela y llegó a Caracas a fines de 1806. Al regresar de nuevo a su tierra natal, contaba veintitrés años de edad y poseía una ilustración variada conseguida en constantes lecturas y viajes numerosos y detallados.
Desde que regresó a Caracas hasta mediados de 1810, se dedicó al engrandecimiento y cuidado de su Hacienda de San Mateo y a estudiar y cultivar su poderosa inteligencia con la lectura de los libros clásicos, que más tarde había de servirle para iluminar su criterio político y para embellecer su estilo de escritor admirable. Bella juventud la de este hombre, iniciada intensamente en el matrimonio que la muerte dividió y continuaba en medio de grandes riquezas y placeres, viajes artísticos y amistades ilustres y envueltas siempre en el fuerte manto de la pasión divina por la libertad.
En Caracas como en la mayor parte de las ciudades grandes de Nuestra América, habían estallado y fracasado casi todas las conspiraciones y movimientos en favor de la independencia, antes de 1810. A Venezuela, por ejemplo, había llegado en 1806 el general Francisco de Miranda con una expedición compuesta casi toda de elementos extranjeros, organizada en favor de la libertad. El general Miranda, venezolano y soldado glorioso y famosísimo en Europa y E. E. U. U. tuvo un gran pesar al ver que los venezolanos, en su mayoría, no hicieron caso de su expedición ni de sus esfuerzos generosos. Miranda disolvió su pequeño ejército y regresó a Europa.
El 19 de abril de 1810, cuatro años después de la intentona del General Miranda, estalló en Caracas una conspiración que iniciaba la independencia de Venezuela respecto de España. Bolívar era uno de los jefes de la conspiración. Depuesto el capitán general Emparán, se dio principio a la nueva organización de Venezuela. Se pensó inmediatamente en buscar el apoyo de Inglaterra y se nombró una comisión especial, la que, en calidad de Plenipotenciario, presidió Simón Bolívar a quien acompañaban el señor López Méndez y don Andrés Bello, que como se recordará había sido maestro de Bolívar y era ya un escritor y un sabio ilustre. En Londres fueron atendidos con la mayor gentileza por el Gobierno Británico que no pudo prestar toda la ayuda que se deseaba por estar unido a España por un tratado de alianza. Bolívar buscó en Londres al general Miranda y lo llevó a Venezuela a su regreso para que organizara los ejércitos de la libertad. Durante los años de 1811 y principios de 1812 se agitó la juventud Caraqueña en la política nueva que dirigían en la “Sociedad Patriótica,” Bolívar y Miranda. El 5 de julio de 18 11 los Venezolanos se declararon independientes para siempre del Gobierno Español. A principios de 1812 un espantoso terremoto hizo pedazos la ciudad de Caracas y la mayor parte de las ciudades Venezolanas. Un sacerdote católico gritaba sobre las ruinas de un templo, que aquello era castigo del cielo por querer independizar a Venezuela de España. Bolívar pasaba por ahí y al oír los disparates del clérigo, se dirigió, enfurecido, a la multitud y después de hablar en favor de la independencia terminó diciendo estas palabras soberbias: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca.”
Nombrado Miranda generalísimo de las tropas Venezolanas fue enviado Bolívar en comisión al Castillo de Puerto Cabello. Sublevada la tropa, traicionado el jefe, después de sostener durante tres días con cuarenta hombres la defensa de su puesto, Bolívar abandonó el Puerto y se dirigió al general Miranda comunicándole el desastre y doliéndose tanto de aquello, a tal punto, que le decía que en sus manos se había perdido la patria. Los españoles organizados y dirigidos por Monteverde habían iniciado operaciones con bastante fortuna. Miranda, acostumbrado en Europa a mandar ejércitos disciplinados, comenzó a impacientarse y aun hasta perder la fe en el triunfo, a la vista de aquellas tropas mal armadas y peor disciplinadas que no podían satisfacer las exigencias militares de un general acostumbrado a mandar ejércitos notables. Los españoles avanzaban y en su avance cometían toda clase de atropellos. Miranda creyó conveniente buscar un arreglo con Monteverde sobre las bases de toda garantía, en las personas y bienes de todos aquellos que hubiesen colaborado con él en la campaña contra el Gobierno Español. Fue un error. El gran Venezolano lo cometió de buena fe, sinceramente. Miranda creyó que con ese arreglo salvaría a la sociedad venezolana de los actos de barbarie del jefe español. Si el error de Miranda fue grande, las consecuencias fueron espantosas. Monteverde firmó la capitulación para cometer, pocos días después, una traición malvada: ordenó el arresto de muchas personas que más tarde fueron asesinadas y la confiscación de los bienes de todos aquellos que habían tenido relación con el movimiento insurgente. Miranda pidió pasaporte para regresar a Europa y fue traicionado en el Puerto de la Guayra, encarcelado en los calabozos de Puerto Cabello y enviado después a España cargado de cadenas.
Murió en una prisión de Cádiz, viejo, lleno de gloria y de dolor. Así acabó el general Francisco de Miranda, uno de los hombres más grandes que han nacido en Nuestra América, y llamado con justicia el más ilustre precursor de la libertad Iberoamericana. Francia y los Estados Unidos le deben gratitud y gloria.
Bolívar salió de Caracas ayudado por un español amigo suyo, quien logró a fuerza de súplicas que el jefe español, el traidor Monteverde, lo dejase salir libremente del país. Llegó a Curazao, frente a Venezuela, y de allí salió para Cartagena de Indias, en la costa colombiana del Atlántico, en donde escribió y publicó un manifiesto lleno de tristeza y heroísmo. Pidió a las autoridades, que también habían iniciado un movimiento independiente, que fuera admitido para servir en el ejército Colombiano en favor de la libertad. Se le confió al punto la misión militar para recuperar el Río Magdalena, principal vía de comunicación de aquel país. Con una rapidez extraordinaria, cumplió Bolívar su misión derrotando siempre a los españoles. Después de estos triunfos, rogó a las autoridades colombianas que le permitieran ir a libertar a Venezuela. Consiguió permiso y tropa. Bolívar inició su campaña sobre Venezuela, y después de una serie de victorias, vertiginosamente, entró triunfador a Caracas que lo aclamó desde ese día como su libertador y padre. Dos cosas recordaremos de esta célebre campaña militar de Bolívar al que ya desde este momento nombraremos con el título glorioso de Libertador. Al iniciar su campaña para recuperar a Venezuela, firmó en la Ciudad de Trujillo un decreto terrible en el cual declaraba la guerra a muerte a todos los españoles sin distinción de edad ni sexo. Aquello no era más que una respuesta tan bárbara y brutal como lo merecía la conducta de los españoles con los venezolanos después de la traición infame de Monteverde. Ese documento es un grito de desesperación. Aquel apóstol de la libertad se vio obligado a poner en juego todos los medios, aun los más crueles, para cumplir su misión divina de Libertador de pueblos. Cuando Bolívar avanzaba sobre Caracas, en uno de los combates sufrió la pérdida de uno de sus tenientes más distinguidos: Atanasio Girardot.
Era casi un muchacho y pertenecía a una de las mejores familias de Colombia; era muy valeroso y honrado. Murió heroicamente-, y su corazón, encerrado en una urna, fue llevado triunfalmente a Caracas por el Ejército Libertador que custodiaba aquella prenda, aquel símbolo de heroísmo entre iluminadas procesiones nocturnas que aumentaban el fervor patriótico de los soldados. Monteverde y sus tenientes se reorganizaron con rapidez, y Bolívar, con menos fuerzas que el jefe español, tuvo que salir de Caracas. La fortuna principiaba a abandonarlo. La mayor parte de los habitantes de Caracas salió con el Libertador y sus tropas. Todos temían las venganzas de Monteverde. Casi toda aquella gente murió en los caminos, de hambre, de fatiga y de dolor. Era un desfile espantoso, que contrastaba con aquel otro que había traído triunfalmente desde la ciudad de Valencia hasta Caracas, el corazón de Girardot. Bolívar empezó a ser derrotado muchas veces. Se vio obligado a abandonar a Venezuela y a regresar a Colombia, que entonces se llamaba Nueva Granada, a dar cuenta a su Superioridad de los triunfos y de los desastres. Oscuros rivales le hicieron salir de Colombia en donde se embarcó rumbo a la isla de Jamaica, posesión inglesa, en la que pasó algunos meses. Estaba entonces tan extenuado y flaco, que uno de los jefes ingleses de la isla, dijo, después de conocerlo y conversar con él: “La llama ha consumido el aceite.” Y así era verdad. De aquel hombre que estaba en toda la fuerza de su juventud, casi no quedaba más que sus ojos. Aquellos grandes ojos oscuros acostumbrados a contemplar la hermosura del mar, de la tierra y del cielo. Aquellos grandes ojos oscuros que se iluminaban con violencia así en la cólera como en la alegría, y que sabían mirar en el horizonte histórico de nuestra América, el porvenir de nuestros pueblos, con precisión maravillosa. Desde Jamaica escribió Bolívar para los periódicos de Londres, largas noticias sobre las cosas de nuestra América. Escribió entre otras una carta célebre en la que, después de estudiar y analizar las condiciones de entonces de nuestros pueblos, profetizaba de un modo asombroso, el porvenir político de estas tierras que aún pertenecían a España. En esa carta habló de México y de todos los países hermanos. Era en 1815, el año de la meditación, de la reflexión y de las profecías de Bolívar. Anunció para nosotros el imperio de Iturbide y los desastres políticos que llenan nuestro siglo XIX. Una noche estuvieron a punto de matarlo. Un negrito pagado por los españoles, dio de puñaladas a una amigo de Bolívar que estaba acostado en la hamaca en la que acostumbraba dormir el libertador, creyendo que era éste el que estaba adentro.
De Jamaica pasó el libertador a la pequeña República de Haití en la isla de Santo Domingo. Un hombre generoso y de notable inteligencia era el jefe del Gobierno: Petión. Bolívar se acercó a él y le pidió ayuda para libertar a Venezuela. Petión le concedió todo: dinero, hombres, armas y municiones. La expedición libertadora dirigida por Bolívar, desembarcó en la costa de Venezuela y después de algunos fracasos, el Libertador regresó a Haití en donde proyectó una nueva expedición. Guerrilleros Venezolanos, valerosos y decididos, llaman al Libertador. Bolívar regresa y se dirige a las llanuras fertilizadas por el gran río Orinoco y sus afluentes. Un día de 1917, Bolívar y su gente fueron sorprendidos y derrotados por los españoles en uno de los caños del Orinoco, llamado de Casacoima. Apenas pudo salvar su vida metido entre el agua y dejando solamente la cabeza afuera cubriéndose un poco con plantas acuáticas. Con Bolívar se salvaron algunos de sus mejores tenientes de entonces. Después de algunas horas de zozobra y cuando comprendieron que el enemigo se había alejado, salieron de sus escondites y alcanzaron a mirar la luz de una casita en la que después de comer algo, salieron al plan de la casa y se pusieron a conversar. Entre dos árboles se colgó una hamaca que ocupó el Libertador. La luna llena iluminaba el campo de aquella hermosa noche. Aquellos hombres seguían dando vuelta al tema obligado de la conversación, que era naturalmente la sorpresa y derrota de aquel día. Tan cerca había estado el enemigo, que ellos desde sus escondites oyeron nombrar a Bolívar y exclamaciones violentas contra él. De pronto hubo un silencio en la conversación y el Libertador lleno de fe en su destino, habló más o menos así: dentro de poco tiempo libertaremos a Venezuela; pasaremos después a Nueva Granada y llegaremos hasta Quito libertando pueblos y ciudades. Pero nuestras armas no se detendrán allí y seguiremos hasta el Perú, a la tierra de los Incas, para subir más tarde a el Potosí, la gran montaña de plata en cuya cumbre plantaremos la bandera de la Libertad. Parecía un loco. Aquel hombre derrotado y casi solo hacía programas gigantescos de Libertad y de gloria. El capitán Martel, uno de sus ayudantes, se dirigió a otro y le dijo: Ahora si estamos completamente perdidos, porque el Libertador se ha vuelto loco. Y así era la verdad, porque en medio de aquella situación tan penosa y difícil, parecía cosa de locos hacer tantos proyectos de libertad, cuando hasta entonces, con excepción de la campaña gloriosa de 1813, todo para Bolívar había salido mal. Pero era un genio, uno de esos hombres que sólo de muy de cuando en cuando nacen y que parecen iluminados por la Providencia para llevar a cabo las empresas más difíciles, a pesar de todos los peligros y todas las dificultades. Y aquello que el Libertador anunció en aquella hermosa noche, entre el espanto y la desconfianza de sus compañeros, todo se cumplió con aquella precisión maravillosa con que se realizaron todas las cosas que él se propuso, porque lo que pensaba era siempre grande, bueno y sublime.
Bolívar tenía que luchar contra todo. Por eso como ejemplo de voluntad, es uno de los más altos de la historia humana. Cuando él dijo una vez que si la naturaleza se oponía, lucharía contra ella y la vencería, no por eso había contado con el mayor obstáculo. Porque las mayores dificultades las encontraría entre sus mismos compañeros de armas; la envidia, la traición, la rivalidad sin grandeza, miserables y mezquinas, habrán de salirle al paso muchas veces, y él entonces, habrá de triunfar de todo con su sola superioridad sobre sus enemigos, por el sacrificio y por el heroísmo. Tenía además la virtud de la elocuencia: su palabra convencía hasta a sus peores enemigos. Era un hombre simpático, de esos seres dotados de una simpatía personal tan encantadora y fuerte, que conversar con él y sentirse cerca de él, era una alegría para el alma y una fiesta para el corazón. Desde que principió la guerra de independencia, tuvo rivales. A todos, o a casi todos, los había convencido con su palabra o con sus hechos. Para 1817 tuvo necesidad de llevar a cabo en la persona de uno de sus mejores tenientes, un ejemplo supremo: el general Piar, uno de sus más notables generales de entonces, conspiró contra la autoridad de Bolívar, y fue fusilado después de habérsele sometido al juicio de un consejo de guerra.
Desde 1815 había desembarcado en la costa Colombiana un gran ejército español mandado por uno de los más valientes e ilustrados generales de España, don Pablo Morillo, quien recuperó el Virreinato de la Nueva Granada y pasó a Venezuela con intenciones de recuperarla también. En los llanos de Venezuela apareció entonces un hombre dotado prodigiosamente para la guerra. Era un campesino que había pasado su infancia casi como esclavo en una hacienda y que había llegado a ser el jinete más notable de la llanura. Se llamaba José Antonio Páez y había organizado por su cuenta a muchos llaneros que lo seguían y adoraban. (Llanero se le llama en Venezuela a los que entre nosotros, en México, llamamos charros y a lo que en la República Argentina se les llama gauchos. El llanero, el charro y el gaucho, son hombres nacidos para pasar la mayor parte de su vida montados sobre un caballo. Son incansables en las grandes marchas y saben domar potros en un solo día). Bolívar encontró a Páez en 1818. El jefe de los llaneros era ya famoso por haber logrado triunfos notables sobre los españoles y aceptó reconocer a Bolívar corno jefe supremo del Ejército Libertador.
El año de 1818 fue tal vez el más adverso, el más infortunado para Bolívar. El y sus compañeros de guerra perdieron casi todas las acciones militares realizadas durante ese año. La derrota mayor se la infligió el general Morillo en marzo en un lugar que fue funesto siempre para el ejército Libertador: La, Puerta, cerca de Caracas. Como sintiera Bolívar que su autoridad no estaba suficientemente cimentada para evitar rivalidades y pequeñeces entre sus mismos compañeros, pensó reunir un Congreso con representantes de las provincias de Venezuela que estaban en poder de las tropas Libertadoras. Este Congreso fue un acto político de la mayor importancia. Nos recuerda, por igualdad de circunstancias, al insigne Morelos, reuniendo el Congreso de Chilpancingo y despojándose de la suprema autoridad; Bolívar hizo lo mismo, y, como a Morelos, el Congreso se negó a admitirle la renuncia que hizo del mando supremo y además fue nombrado Presidente de la República. El Congreso se reunió en la ciudad de Angostura, a orillas del Orinoco, en febrero de 1819. El Libertador leyó el discurso más importante de su vida en el que se mostraba, como en otras ocasiones, hombre del más profundo pensamiento y que conocía o adivinaba sin equivocarse, el alma de estos pueblos Ibero-Americanos. Entregó Bolívar ese mismo día al Congreso un proyecto de Constitución, de leyes sabiamente pensadas y que habrían sido muy beneficiosas para el país. Decía con justicia, que después de tres siglos de esclavitud no era posible ni conveniente pasar de la tiranía en que se había vivido, a una libertad desenfrenada. Proponía que el Senado, uno de los grupos de autoridad más alta en el gobierno, fuese hereditario, porque no estando acostumbrados al gobierno popular y mucho menos a cambiar frecuentemente a los gobernantes, se hacía necesario dejar, entre el Presidente de la República y el pueblo, un grupo de hombres que no fuera removido en sus cargos públicos, sino que conservaran durante toda su vida el cargo de senadores. Porque era verdad lo que él decía: un pueblo que sale de la opresión y la tiranía no puede inmediatamente entregarse a las prácticas del gobierno popular, libre y democrático, sin hacerse pedazos en los desórdenes que trae como consecuencia la falta de costumbre para nombrar y elegir libremente sus propios magistrados. El discurso leído por el Libertador en el Congreso de Angostura en 1819 es, además de una vivísima lección de cosas políticas, un ejemplo de estilo por la claridad y belleza de su prosa.
Durante el año de 1819 el general Páez, con sus llaneros, desarrolló un plan de campaña contra los españoles que dio los mejores resultados. Cansar al enemigo, obligarlo a salir de sus posiciones en donde podía abastecerse de cuanto necesitaba; atraerlo siempre al corazón de los Llanos en donde la caballería patriota, con su natural y extraordinaria habilidad, vencería al enemigo más fácilmente. De esta campaña de los Llanos, quedará para siempre como el más hermoso recuerdo, el famoso hecho del general Páez en el lugar llamado Las Queseras del Medio, sobre las márgenes del Río Arauca. Páez movió 150 jinetes y los hizo pasar el río. Morillo estaba muy cerca con 6,000 hombres. El jefe patriota, aparentemente, se retiraba. Morillo lanzó sobre él 1,000 hombres. Cuando los españoles daban alcance a los venezolanos, Páez, irguiéndose sobre su caballo, gritó: vuelvan caras, y se lanzó sobre los soldados de Morillo, haciéndole más de 300 muertos e hiriendo a otros muchos. Al ver aquello el jefe español y sus tropas se retiraron en desorden. Así peleaba Páez, el más salvaje y atrevido de los soldados de la libertad, el más famoso guerrillero de la Independencia Sud-Americana. La acción de las Queseras del Medio conmovió intensamente al ejército patriota, llenándolo de esperanza y de fe (3 de abril de 1819).
Bolívar envió una comisión a Londres para contratar soldados que después de las guerras Napoleónicas habían quedado sin ocupación. Desde el año anterior habían empezado a llegar a Venezuela, entrando por las bocas del Orinoco y remontándolo después, muchos soldados y oficiales ingleses.
Para 1819 estaba ya organizada la Legión Británica. Estos hombres presentaron servicios notables en el ejército patriota, y algunos de ellos como O’Leary, que llegó a general, merecieron más tarde admiración y gratitud. (O'Leary es el mejor historiador de Bolívar).
La liberación de la Nueva Granada, hoy Colombia, estuvo siempre en el pensamiento y en la acción del Libertador. Bolívar resolvió nuevamente ir a libertar lo que aún era virreinato y se propuso atacar a las tropas españolas que estaban en Nueva Granada, cuando menos lo esperasen. Para lograrlo, tendría que atravesar los llanos de Venezuela y escalar la cordillera de los Andes que separa a Colombia de las tierras venezolanas y bajar después a buscar a los soldados españoles. Y todo esto tendría que hacerse durante el invierno de aquellas tierras (junio, julio y agosto). Para ese tiempo los ríos se desbordan a causa de las grandes lluvias y los llanos se inundan a tal punto que el agua se pierde en el horizonte semejando un mar. La falta de vado dificulta atravesar los ríos y el peligro crece por todas partes. En la cordillera, el invierno es atroz. Un viento helado llamado páramo causa frecuentemente la muerte del viajero. La niebla cubre los precipicios y las tempestades de nieve aumentan las dificultades para viajar. En junio de 1819 salió Bolívar del pueblo de Mantecal, en el corazón de los llanos, al frente de sus tropas. Eran las cinco de la tarde; llovía, y las llanuras inundadas presentaban un aspecto imponente. Bien pronto la marcha comenzó a hacerse sumamente difícil. El paisaje estaba lleno de inmensa desolación. Cielo  gris y agua gris. Uno que otro árbol sacaba sus ramas fuera del agua. Pasaban los últimos pájaros. Llovía a todas horas y los alimentos principiaban a escasear. Muchos días duró esta marcha penosísima sobre los llanos inundados. Un día se dibujó en el horizonte la línea quebrada de la cordillera con sus picos coronados de nieve. Al acercarse a los Andes muchos llaneros desertaron, huyeron. Acostumbrados al calor, no podían soportar el viento frío que bajaba de los montes. Pero la marcha continuó, y el ejército, alentado por el Libertador, principió a subir la cordillera, alta y desierta. A los bosques gigantescos de las faldas, siguió la vegetación rala y escasa de las partes altas. El agua es tan fría, que para aquellos hombres acostumbrados a los climas calientes, se hizo insoportable. Esa agua helada produjo diarreas mortales y muchos ingleses perecieron en aquellos caminos elevadísimos y apenas transitables. Pero allí estaba Bolívar reanimando al ejército, llenando de fe y entusiasmo a aquellos hombres que apenas comían y cuyos vestidos estaban hechos pedazos. Casi todos los caballos perecieron en aquella marcha espantosa. Era más bien un ejército de esqueletos, que un ejército Libertador el que principió a bajar la cordillera por el lado de Colombia a principios de julio. El paso de Los Andes por Bolívar y su ejército, es una de las hazañas más grandes y heroicas de la historia humana. La naturaleza se oponía a sus propósitos, pero él había dicho antes que habría de vencerla, y la venció.
El valle de Cerinza ofreció la delicia de su panorama a aquellos hombres que bajaban la cordillera después de haber pasado tantas penas y trabajos en todo el camino. Después de un ligero descanso para reponerse y alimentarse, inició Bolívar su campaña, puesto en contacto con el enemigo. Tuvo varios combates durante todo el mes de julio, en los que la fortuna estuvo siempre de su parte. Los españoles se retiraban para evitar que Bolívar atacase, a Bogotá, capital del Virreinato de Nueva Granada. Pero el Libertador, después de una marcha forzada durante la noche, cerró la salida al enemigo y le obligó a combatir en el puente de Boyacá, el 7 de agosto. La derrota española fue completa. El jefe y los oficiales cayeron prisioneros. El general Santander se distinguió sobre manera en la preparación de esta campaña y en la batalla misma de Boyacá. Bolívar entró a Bogotá el 10 por la tarde, en medio de las aclamaciones de la ciudad. A los pocos días siguió rumbo a Venezuela, y se presentó al Congreso, reunido en la ciudad de Angostura, para dar cuenta de su campaña. El Congreso depositó su confianza una vez más en tan ilustre hombre y Bolívar después de haber hablado largamente de su última campana, pidió la creación de la República de Colombia que había de formarse con el antiguo virreinato de Nueva Granada y la capitanía general de Venezuela, unidas.
La nueva Nación, por obra de Bolívar, fue creada. Durante el año de 1820 ocurrieron dos hechos importantes. La regularización de la guerra sobre bases relativamente humanitarias: es decir, la supresión de la guerra a muerte, el canje de prisioneros, en fin, una guerra menos cruel, menos bárbara y menos odiosa. En
la ciudad venezolana de Trujillo, en donde 7 años antes había proclamado el Libertador la guerra a muerte, se iniciaron los trabajos de armisticio, suspensión de hostilidades y regularización de la guerra. Por seis meses se suspendió la labor militar. Esta tregua la aprovechó el Libertador en comprar armas, en vestir a su ejército y en hacer conocer en Europa por medio de la prensa y de agentes especiales, la situación en que se encontraba el país que él estaba libertando. El representante de Bolívar para los arreglos de la tregua fue el general Antonio José de Sucre, oficial distinguido y muy joven que desde la edad de 14 años servía en el ejército Libertador. Era prudente y valeroso, de gran talento y corazón; reunía en su agradable persona todas las virtudes civiles y militares. Pertenecía a una de las principales familias de Venezuela, la que había perecido casó completamente durante la guerra. Bolívar supo apreciar siempre las altas virtudes de Sucre, y un día anunció a sus oficiales de confianza que aquel joven habría de ser su rival en poco tiempo. Y así dijo la verdad, porque cuatro años después Sucre rivalizaba en actos militares y en elevación de espíritu, al mismo Bolívar; pero Sucre amaba grandemente al Libertador y lo admiraba y respetaba. Bolívar tenía los mismos sentimientos hacia Sucre. Después de terminados los arreglos para el armisticio, el generalísimo español don Pablo Morillo, deseó conocer personalmente a aquél contra quien había combatido desde 1816. En el pueblo de Santa Ana, cerca de Trujillo, se entrevistaron ambos jefes. Bolívar salió a las orillas del pueblo a recibir al general español. Lo acompañaban unos cuantos oficiales, y como era costumbre en él, no se distinguía por su modo de vestir, de sus propios ayudantes. Morillo se presentó con gran aparato y muchos soldados. Al darse cuenta de que Bolívar  venía casi solo, retiró la mayor parte de su acompañamiento. ¿Cuál de todos aquellos es Bolívar?, preguntó Morillo a un oficial venezolano que se había adelantado a recibirlo. El notable jefe español se sorprendió al ver que Bolívar era un hombre de estatura pequeña, muy delgado, y en quien no parecía que hubiese capacidad para realizar tantas cosas. Morillo, después de la batalla de Boyacá, perdida por uno de sus tenientes, había escrito al ministro de la guerra de España: “Bolívar es un guerrillero incansable, su actividad es asombrosa. Es más peligroso vencido que vencedor y en un solo día deshace todos nuestros trabajos de varios años.” Bolívar y Morillo se abrazaron en el pueblo de Santa Ana, y después de pasar el día juntos poseídos de sincera alegría, se despidieron al día siguiente para no volver a verse jamás. La importancia de los tratados firmados en Trujillo por los representantes de Morillo y Bolívar y refrendados más tarde por ambos jefes, era inmensa y constituía un gran triunfo político para el Libertador: El jefe español al tratar de igual a igual con Bolívar, le concedía así una autoridad idéntica a la suya, y reconoció de hecho el derecho que tenía para luchar por la independencia de su país. El general Morillo se embarcó pronto para España y dejó al general La Torre encargado del mando supremo. Los seis meses de tregua terminaron, y la guerra recomenzó. El 24de junio del año siguiente (1821), en la llanura de Carabobo, midieron sus fuerzas Bolívar y La Torre. El general Páez y sus terribles caballerías, decidieron en gran parte la victoria. Bolívar dirigió personalmente la acción, y el ejército español, derrotado, se retiró en orden hacia Puerto Cabello. En Boyacá, se había conseguido para siempre la libertad de Nueva Granada; en Carabobo, para siempre también se había conseguido la libertad de Venezuela. Habiendo desaparecido así todo problema militar en Venezuela y Colombia, el Libertador comenzó a preparar la guerra en el sur. Así, el delirio de Casacoima habrá de cumplirse en todos sus detalles y aun habrá de superarse. Pasó Bolívar a Bogotá y entre las cosas más importantes que se le ocurrieron entonces, está la que se refiere al Istmo de Panamá. Pensó el Libertador abrir un canal interoceánico, para acortar la distancia entre América, Europa y Asia, aumentando así colosalmente el comercio entre estos continentes y beneficiando sobre manera a los nuevos pueblos de nuestra América. Escribió a su comisionado en Londres para que gestionara el dinero suficiente a fin de iniciar la apertura del canal. Los trabajos llegaron a comenzarse; pero bien pronto presentó quiebra la negociación inglesa que iba a dar el dinero y además la urgencia de la guerra en el Sur no permitió al Libertador llevar a cabo tan importante hecho. El año de 1822 avanzaba Bolívar sobre lo que hoy se nombra República del Ecuador y entonces se conocía con el nombre de Presidencia de Quito. Había enviado con anterioridad al general Sucre con una parte del ejército. El 6 de abril de 1822, en un lugar escarpado en el que la naturaleza parece recrearse con peligros y dificultades, Bolívar atacó las posiciones españolas, haciendo cruzar a sus soldados bajo el fuego de las armas enemigas, el ruidoso Río Juanambú. La batalla fue una de las más sangrientas. Ambos contendientes se debilitaron grandemente. La victoria fue de Bolívar, pero le costó muy cara, pues allí perecieron, además de muchos soldados, oficiales muy valerosos. Fue la batalla de Bomboná.
Mes y medio después, el 24 de mayo, el general Sucre hacía pedazos al ejército español mandado por el general Aymerich. Esta batalla fue un hecho extraordinario. Se combatió a más de 4,000 metros de altura sobre el nivel del mar, en las elevaciones intermedias del volcán de Pichincha, a la vista de la ciudad de Quito Sucre recogió un botín espléndido. El jefe español se entregó prisionero al vencedor, que supo respetarlo, y Sucre entró a Quito triunfante, bendecido y aclamado. Toda esta campaña libertadora del Ecuador se hizo entre los volcanes, en medio de una naturaleza fantástica, inexplorada y agresiva. Bolívar ascendió al Chimborazo preguntando hasta qué altura habían llegado Humboldt y Bompland, para subir así él hasta donde nadie hubiese llegado. Y esto así pasó, pues el Libertador puso sus plantas donde nadie las había llegado a poner hasta entonces. Era incansable y, sin vanidad, no permitió nunca que nadie lo superase en nada. Páez y sus llaneros reconocieron en él a un jinete diestrísimo. Porque aquel hombre todo lo sabía: desde herrar un caballo y curar heridos, hasta improvisar los mejores discursos en las más diversas circunstancias.
Después de haber estado el Libertador en Quito, siguió para el puerto de Guayaquil que quedó anexado a la gran República de Colombia. Allí tuvo una importante entrevista con el general don José de San Martín.
Era el general San Martín, argentino, nacido en el pueblo de Yapeyú en 1778. Educado casi desde la infancia en España, estudió allí artes militares su juventud la pasó en la Península donde se distinguió muchísimo por su valor y conocimientos militares, defendiéndola contra la invasión de los ejércitos franceses de Napoleón Bonaparte. Cuando recibió noticias de que en la ciudad de Buenos Aires, capital del virreinato del río de la Plata, se había iniciado, casi al mismo tiempo que en toda nuestra América, el movimiento de independencia, se separó del ejército español y se presentó en Buenos Aires, a ofrecer sus servicios en el ejército patriota. Era San Martin un soldado eminente, un militar de profesión, un Miranda menos inteligente, pero más joven y optimista que aquel gran venezolano. Después de organizar notablemente un ejército en el Norte de la actual República Argentina, pasó San Martín a la ciudad de Mendoza, al pie de los Andes, para llevar a cabo la creación de un gran cuerpo de ejército que debía atravesar la cordillera para hacer independiente a Chile y seguir más tarde hacia el Perú, con el mismo objeto generoso. Con minuciosidad y previsión admirables y después de ejercitar a sus soldados en toda clase de marchas sobre terrenos difíciles, ordenadamente, inició San Martín el paso de los Andes en 1817. Esta
hazaña fue un ejemplo ilustre de su ciencia militar. Cuando bajó a los Valles Chilenos sus tropas presentaban un aspecto feliz. No era ni mucho menos aquel trágico ejército del Libertador, hambriento y semidesnudo, hecho pedazos por la marcha sobre los llanos inundados y la ascensión la cordillera en pleno invierno. Bolívar fue el caudillo improvisado de la Revolución; el fruto natural de estas tierras, con mil aspectos como ellas, soldado extraordinario en los fracasos y triunfos, hombre de América por excelencia, fruto y flor de estos países.
Con las batallas de Chacabuco (12 de febrero de 1817) y Maipo (5 de abril de 1818), acabó San Martín con el poderío español en Chile. Allí le fue ofrecido el mando supremo del Gobierno, que supo rehusar, noblemente, y después de organizar una escuadra salió en ella rumbo al Perú. Fácilmente ocupó a Lima, que el Virrey abandonó por considerar de la mayor importancia dominar las tierras altas en donde podría abastecerse y atacar o defenderse con toda amplitud. El 28 de julio de 1821 el General San Martín proclamó pública y solemnemente la independencia del Perú. Esta independencia era un poco ilusoria. San Martín poseía las costas peruanas, áridas, desiertas, inservibles. Pero un gran ejército español, poseía la mayor y mejor parte del territorio Peruano. El ilustre argentino recibió el título de Protector del Perú y en julio del año siguiente, 1822, salió para el Puerto de Guayaquil, en la actual República del Ecuador, donde se entrevistó con el Libertador Bolívar. El motivo de la entrevista de estos dos grandes hombres era el de determinar de una vez para siempre, si el Puerto de Guayaquil pertenecería al Perú o a la Gran Nación fundada por Bolívar, es decir, a la Gran Colombia.

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Bolívar se adelantó unos días a su rival, y después de desarrollar una hábil política, Guayaquil perteneció a los dominios del Libertador. El 26 de julio de 1822 llegó San Martín a Guayaquil. Ese día y el siguiente conversó largamente con Bolívar. Derrotado previamente el ilustre argentino en el asunto referente a Guayaquil, pasó a tratar otra cuestión de la mayor importancia: Si la América del Sur debería regirse por gobiernos monárquicos o por gobiernos republicanos. San Martín sostuvo con toda la sinceridad de su alma, que nuestra América debería ser gobernada por un rey. Bolívar sostuvo lo contrario. San Martín propuso que se ofreciera el trono o los tronos de América, a príncipes europeos. Bolívar no creía en esas cosas. San Martín habló de la creación de una nobleza criolla. Bolívar habló entonces de Iturbide de cuyo imperio se tenían las más desconsoladoras noticias. Como se recordará, Iturbide, que era mexicano, peleó durante toda la guerra de independencia contra los patriotas mexicanos, y en los últimos días de la guerra traicionó al ejército español yéndose con el ejército nacional. Este hombre traicionó así dos veces: siendo mexicano peleó durante toda la guerra de independencia contra los mexicanos y a favor de España. Siendo militar al servicio de España traicionó a las tropas españolas, pasando a servir, en los últimos días de la campaña, entre los soldados mexicanos. Era pérfido, ambicioso y cruel. Unos meses después de su segunda traición, se coronó a si mismo emperador de México. Un año duró su imperio. Durante ese tiempo derrochó el poco dinero que había y puso en ridículo a la nación Mexicana. Este hombre, que persiguió y derrotó a Morelos en más de una ocasión, al Gran Morelos, el héroe más ilustre de la Independencia Mexicana; este Emperador de trapo, que se vestía como Napoleón y que pretendió fundar una aristocracia en un país como éste, ese hombre merece no el odio, porque el odio es estéril, pero sí el olvido de la Nación Mexicana.(1)
Bolívar y San Martín no pudieron entenderse. El Venezolano era un genio y su genio era variado como el clima de nuestra América. Era gran soldado, gran político, gran diplomático, gran escritor. Era hombre de elegancias y buen gusto, de cultura clásica y refinada educación. Su personalidad brillaba lo mismo en un salón que en un vivac. El Argentino era solamente un gran soldado, un militar profesional de brillantísima carrera y era también, sobre todas las cosas, un corazón generoso y abnegado. Estos dos hombres gloriosos y nobles, no pudieron entenderse. Uno de los dos debía desaparecer del inmenso escenario de la libertad Sud-Americana. El 28 de julio se embarcó San Martin de regreso para el Perú. Al llegar a Lima presentó su renuncia como Jefe del Gobierno y después de dictar una proclama bellísima para el pueblo Peruano, se dirigió a Chile, país que él libertó con su espada gloriosa y siguió rumbo a la Argentina en donde se embarcó para Europa. Bolívar quedó así como árbitro supremo de los destinos de América. Era desde ese momento, el único responsable de la libertad continental. A la salida de San Martín, el Gobierno Peruano se anarquizó profundamente. El desorden cundió por todas partes y Bolívar fue llamado por el Congreso de Lima para que tomara el mando del Ejército y aceptara también la dictadura. Después de enviar al General Sucre
y de esperar largamente el permiso que el Libertador pidiera al Congreso de Bogotá para pasar al Perú, marchó Bolívar sobre Lima, la que ocupó sin oposición, quedando investido del difícil y peligroso cargo de Dictador, y comenzando desde luego a organizar la campaña militar que debía tener como resultados finales, la derrota completa de los ejércitos españoles y la independencia absoluta del Perú. Durante todo el año de 1823 preparó el Libertador, ayudado siempre eficazmente por Sucre, la famosa campaña del Perú. Numerosas y aguerridas eran las tropas españolas que defendían el viejo Virreinato. Notables generales españoles mandaban tan disciplinados y valerosos ejércitos. A principios de 1824, en enero, estaba el Libertador en el pueblo de Pativilca, pequeño puerto a treinta leguas de Lima hacia el Norte. Una fiebre maligna estuvo a punto de acabar con su vida. La convalecencia fue larga y penosa y más penosa aún por encontrarse el ejército Libertador en circunstancias desfavorables para iniciar la campaña. Bolívar estaba débil, abatido y triste. En uno de esos días de amargura, llegó a visitarlo uno de sus mejores amigos colombianos que regresaron de Lima, el señor don Joaquín Mosquera. El Libertador, sentado en una vieja silla de baqueta reclinada contra la pared de la casa donde vivía, tenía un aspecto terrible y al mismo tiempo doloroso. Cuando el señor Mosquera llegó a visitarlo, después de enterarse por el mismo Libertador de las circunstancias desfavorables en que se encontraba el ejército, le preguntó “Y ahora, ¿qué piensa usted hacer?” A lo que el Libertador respondió con esta sola y maravillosa palabra: “Triunfar.” Aquella inmensa voluntad no se doblegaba ahora corno en tantas otras ocasiones difíciles no se había doblegado. Aquella voluntad inmensa a la que debió la América del Sur la libertad y la gloria. Poco tiempo después se inició la campaña. Los primeros meses se emplearon en situarse ventajosamente y tener algun contacto con el enemigo. El 6 de agosto de 1824 a las cinco de la tarde, se dio la batalla de Junin. No se disparó un solo tiro. Toda la lucha fue al arma blanca. La acción fue breve, pero sangrienta. Al ponerse el sol los clarines del ejército Libertador tocaron dianas. Una carga de caballería dirigida personalmente por Bolívar, decidió el triunfo. Allí habían peleado soldados venezolanos, colombianos, peruanos y argentinos.
Los argentinos al mando de su jefe Necochea se batieron bravamente. Así, en los campos de batalla de la América del Sur durante la guerra de Independencia, se vieron unidos los pueblos hermanos para libertarse del dominio español. Desgraciadamente, en los días de la paz no han vuelto a unirse como se unieron en los días de la guerra. Estos pueblos, que según los deseos de Bolívar, debían formar una sola y magnífica República, una inmensa confederación para ejercer su influencia bienhechora en el desarrollo de la humanidad. Después de la victoria de Junin, Bolívar entregó el mando supremo del ejército al general Sucre y regresó a Lima. Dio el Libertador a su admirable lugar teniente, un programa completo que debía tener por resultado el golpe final en poco tiempo, y así fue. El 9 de diciembre de 1824, en el campo de Ayacucho, midieron sus fuerzas el ejército Libertador fuerte de 6,000 hombres, mandado por Sucre, y el ejército español, mandado por el Virrey La Serna, fuerte de 9,000 hombres. Fue la última batalla de la Independencia Ibero-Americana y la última derrota de España en América. Antes de iniciarse el combate, oficiales y soldados de ambos ejércitos tuvieron algunas horas de armisticio en las que conversaron cordialmente, abrazándose al despedirse, pues había amigos y parientes en ambos partidos. La cortesía y la hidalguía,  herencia y tradición de indios y españoles, se manifestó entonces, esos instantes, soberanamente. Iniciada la batalla, se vio pronto que el triunfo estaría por el ejército Libertador. El general Sucre, joven de 29 años, iba de un sitio a otro dando órdenes y entusiasmando al ejército con palabras de valor y nobleza. La caballería mandada por el general colombiano José María Córdova, de 25 años de edad, se lanzó al ataque después de estas palabras de su jefe “Soldados: armas a discreción, paso de vencedores.” Consumada la victoria, el general Sucre, con su generosidad proverbial, concedió una capitulación honrosa al Virrey y sus tropas. Cayeron prisioneros el Virrey La Serna y la mayor parte de los generales y oficiales del ejército español. El vencedor trató a los vencidos con una generosidad sin ejemplo, ofreciéndoles pasaportes y gastos de viaje para regresar a España. La batalla de Ayacucho aseguró para siempre la libertad de Nuestra América.
En todas las ciudades del continente fue celebrada con gran regocijo la victoria de Ayacucho. En la ciudad de México, se hicieron grandes festejos por tal motivo y el nombre del Libertador  Simón Bolívar fue objeto de aclamaciones y veneración por parte de todo el público Ibero-Americano. En Europa y los Estados Unidos, los hombres más notables le tributaron admiración y gloria. Bolívar era llamado, con razón, el hombre más ilustre del mundo. El general Sucre marchó, por orden de Bolívar, hacia el  Alto Perú. Allí debía Sucre derrotar los últimos restos del ejército español, lo que sucedió poco tiempo después. El Libertador salió de Lima a encontrar al vencedor de Ayacucho. En todo el camino recibió el homenaje de las ciudades y los pueblos, y en la ciudad de Arequipa, el 16 de mayo de 1825, decretó la creación de una nueva República formada con las provincias del Alto Perú. El nuevo país, por el voto unánime de sus habitantes, tomó el nombre de su fundador, y se llamó Bolivia. En la Paz y en Chuquisaca, Bolívar y los suyos fueron objeto de fiestas espléndidas. En la ciudad de Potosí, después de recibir el homenaje de sus hijos agradecidos, subió acompañado de una gran comitiva a la cumbre del famoso cerro del mismo nombre que era entonces uno de los minerales de plata más ricos del Universo. Al llegar a la cumbre, el Libertador
recordó emocionado su vida pasada y la gloria de Colombia. Era  el más grande orador de América. Se había cumplido así, con esta escena en la cumbre del cerro de Potosí, aquella conversación profética, aquel delirio de libertad, aquella divina locura de Bolívar en el caño de Casacoima, una noche de 1817, cuando derrotado completamente, habló entre el espanto de los pocos amigos que lo siguieron, de los países y de las tierra que él debía libertar. Y todo se cumplió fielmente, a pesar de la naturaleza y a pesar de la envidia. En 1826, después de un paseo triunfal por todas las ciudades del Alto Perú, regresó el Libertador a Lima. Era para entonces el hombre más poderoso de América, el que arrastraba tras de si a los pueblos fascinados por el brillo de su genio y por la gloria de su vida. Pocos hombres han alcanzado tan grande gloria. Al llegar a Lima, el Libertador realizó el que después de la libertad de América fue su mayor acto político: El Congreso de Panamá. En el otoño de 1826 se reunió en Panamá un Congreso de representantes de los países Ibero-americanos. De muchos años atrás, Bolívar pensó en buscar la manera de confederar, de unir políticamente a todos los Estados lbero-Americanos que por la sangre, por la tradición, la tierra y el idioma estaban unidos. El Libertador, que amó a nuestra América como ningún otro hombre antes ni después de él ha vuelto a amarla, deseó verla unida en una sola y poderosa nación de la que acaso México, decía él, fuera la Capital. Todos los países del Continente fueron invitados para reunirse en Panamá a tratar de una alianza continental que conseguiría la unión de los países hermanos para obtener así un solo y formidable país; para que nuestra América, desunida como estaba, dejara de presentar una situación de riesgo, por su desunión misma, respecto de las naciones poderosas de Europa. Fragmentada, nada valía ante las grandes naciones del mundo; unida, debía ser, en poco tiempo, la primera nación del universo. El Congreso de Panamá fue un fracaso. Sólo cuatro países enviaron representantes. De todo se trató menos de lo que debía tratarse. Bolívar, desde Lima, contempló el fracaso de sus ideas altísimas y comprendió como nadie el peligro futuro de nuestra América por su desunión y por la rivalidad entre los mismos Estados, por la política estrecha y estúpida que algunos jefes de estos países principiaban ya a poner en acción. Así se fundó el Ibero-Americanismo, es decir, el deseo de hacer una sola y grande patria, no solamente para ser más fuerte y respetable estando unidos, sino también para dar un ejemplo único de cordialidad y amor a la humanidad. A fines del siglo XIX el Gobierno de los Estados Unidos, que era ya entonces uno de los más poderosos del mundo, invitó a todos los países Ibero-americanos a enviar representantes que reuniéndose en la ciudad de Washington, trabajaran en favor de una unión continental pero, que debería tener como jefe al Gobierno de los Estados Unidos del Norte. Esto es el Pan-Americanismo. El programa del Libertador, que fuera desechado o despreciado por aquellos para quienes fue hecho y aprovechado con gran ventaja por un país que ha maltratado a todos los pueblos Ibero-Americanos. Si algún día nuestra América llega a reunirse en un solo estado político, ese día la gloria de Bolívar habrá llegado a una cumbre a la que ninguna otra gloria humana llegará jamás. A fines de 1825 regresaba el Libertador a Colombia llamado con urgencia por el Gobierno de Bogotá. Cuatro años había durado su ausencia, el tiempo que necesitó para hacer la libertad de la actual República del Ecuador, del antiguo virreinato del Perú y para crear y organizar la República de Bolivia en la que quedó como Presidente el general Antonio José de Sucre, gran mariscal de Ayacucho. Durante todo el tiempo que Bolívar estuvo ausente de Colombia, gobernó aquel país como vice-presidente de la República el general Santander. Era un hombre inteligente, hábil organizador, calculador y ambicioso. La gloria del Libertador le enturbió siempre la mirada y creyó rivalizarlo. Para 1826 el vice-presidente Santander había logrado organizar un partido político en contra de Bolívar. Este fue llamado a Colombia porque el general Páez se había insubordinado en Venezuela contra el Gobierno de Bogotá. Después de estar algunos días en esta ciudad, el Libertador siguió camino a Venezuela para convencer a Páez y reducirlo al orden. Bolívar empezaba a dar ya muestras de debilidad en su política y en lugar de castigar como debiera al insubordinado llanero, lo trató con mucha benevolencia y le devolvió todos sus empleos que el Congreso de Bogotá le había retirado. Bolívar entró a Caracas en medio de una muchedumbre fanática que lo adoró. El prestigio de este hombre había llegado a tal grado, que en la misa, en las iglesias católicas, se cantaba la gloria de Bolívar entre la epístola y el evangelio. En Caracas pasó el Libertador los últimos dulces días de su vida, haciendo recuerdos de su infancia y de su juventud con los pocos amigos y parientes que de entonces le quedaban. A fines de 1827 regresó el Libertador a Bogotá deteniéndose en la ciudad de Bucaramanga. Cerca, en Ocaña, debía reunirse una convención de diputados para revisar y reformar la Constitución. Esto tenía muy excitados los ánimos de los políticos enemigos de Bolívar, pues pensaban que el Libertador quería hacerse elegir presidente perpetuo de la Gran Colombia.
Poco tiempo antes Bolívar había recibido cartas de amigos y generales, en las que le pedían que fundara con todos los países que había libertado, un inmenso imperio que llamándose Imperio de los Andes, tuviera por primer Emperador o Rey a Bolívar; el grande hombre rechazó enérgica y sinceramente este proyecto de monarquía y a uno de sus amigos respondió lo siguiente: “El titulo de Libertador es el más grande que ha recibido el orgullo humano y por tanto no puedo rebajarlo.” Les recordó a sus amigos el ejemplo de Iturbide y declaró una vez más que un trono sería funesto en nuestra América. Después de la convención reunida en Ocaña y que fue disuelta por el Libertador por no haberse llegado a obtener un buen acuerdo entre los partidarios de Santander y los partidarios de Bolívar, regresó éste a Bogotá. El 28 de septiembre de ese año, a media noche, fue asaltada la casa donde vivía el Libertador, por un grupo de asesinos que estuvieron a punto de matarlo. Bolívar se salvó gracias a la serenidad y juicio de la bella Manuelita Sáenz, que lo hizo saltar por una ventana. El vice-presidente Santander tenía con anterioridad noticias de esta conjuración para asesinar al Libertador y guardó silencio. Al día siguiente fueron fusilados algunos de los directores de la conspiración, habiéndose perdonado a la mayoría y conmutado a algunos otros la pena de muerte por la de destierro. El general Santander, destituido de todos sus cargos, salió desterrado para los Estados Unidos y Europa. Un gran dolor llenó desde entonces el alma de Bolívar. Dictador por tercera vez, no fue sino con suma repugnancia que aceptó tan desagradable encargo. Al año siguiente, 1829, el gobierno del Perú declaró la guerra a Colombia. Sucre fue enviado a dirigir la campaña y después de derrotar completamente a los peruanos, concedió una capitulación generosa, como todos los actos de su vida, a los desventurados vencidos. (Portete de Tarqui. 26 de febrero de 1829).
Los últimos años de la vida del Libertador están llenos de amargura y de gigantesco dolor. El general Santander y sus partidarios habían logrado minar con infamias y traiciones el prestigio de Bolívar. Después de la bochornosa guerra con el Perú, siguieron los levantamientos, la insubordinación de algunos de los generales más distinguidos. El general Córdova, uno de los vencedores de Ayacucho, se insurreccionó contra el gobierno de Bolívar y tuvo una muerte obscura, combatiendo a las fuerzas que fueron enviadas en su contra. El general Páez, después de algunos actos lamentables de desobediencia y anarquía, se declaró en rebelión contra el Libertador y fueron inútiles todos los esfuerzos de éste para tratar con Páez, quien declaró poco tiempo después, la separación de Venezuela de la Gran Colombia. Páez se cubrió de infamia insultando al Libertador, a quien mandó decir que el nuevo Gobierno de Venezuela le prohibía volver a dicho País. Así correspondía Venezuela todos los sacrificios de Bolívar por darle libertad. En enero de 1830, el Libertador reunió el Congreso en Bogotá y renunció una vez más la presidencia de la República. Aceptada su renuncia en medio de la mayor emoción del Congreso y del pueblo, se despidió de sus amigos y salió para Cartagena de Indias. Durante su estancia en ese puerto atlántico recibió la noticia de la muerte del más ilustre de sus generales. Sucre había sido asesinado en la montaña de Berruecos, por los políticos colombianos, cuando alejado para siempre de las cosas de gobierno, se dirigía a la ciudad de Quito a encontrar a su esposa. Así murió, el soldado más puro de la independencia de América, a los 35 años de edad; el más prudente y caballeroso de los jefes militares, el honrado y valiente y talentoso vencedor de Ayacucho. Cuando el Libertador recibió la noticia de la muerte de Sucre, exclamó: “¡Santo Dios, se ha derramado la sangre de Abel!” Bolívar lloró a su mejor amigo y a su más ilustre colaborador y marchó a Barranquilla, en el norte de Colombia, donde agobiado y abatido por todas las decepciones, sintió que sus males del cuerpo se agravaban y se dirigió al cercano puerto de Santa Marta. Allí pasó los últimos días de su vida. Pobre y abandonado, aceptó la hospitalidad que le ofreciera en su quinta de San Pedro Alejandrino, un generoso caballero español. Allí volvió a leer algunos de los libros que había leído en su juventud. Releyendo las aventuras de Don Quijote y conversando con los pocos amigos que lo siguieron, pasó sus últimos días. El 10 de diciembre dictó su última proclama, llena de perdón para sus enemigos y de votos fervientes por la tranquilidad y la dicha de Colombia. El 17 a la una de la tarde, entró en lamuerte. Tenía 47 años. La noticia de su fallecimiento resonó en todo el mundo. Mientras en América se le maldecía, en Europa se le tributaban los más apasionados elogios, las más altas demostraciones de admiración y de respeto. A su muerte quedó entregada nuestra América al más desenfrenado desorden. El Libertador fue sepultado en la iglesia mayor de
Santa Marta y 12 años después transladado su cuerpo a Venezuela, tardíamente arrepentida de sus culpas, sepultándosele en una tumba espléndida.
Pocas veces un hombre ha vivido una vida tan bella. Pocas veces una sola alma ha amado tanto a la humanidad y se ha sacrificado tánto por el más alto ideal de los hombres: la Libertad. Pocas veces el genio humano ha florecido tan maravillosamente, tan prodigiosamente, como en Bolívar. Su vida toda es una lección estupenda de belleza y de heroísmo, de sacrificio y de fe. Un vértigo de gloria corre como una catarata a lo largo de la vida de este hombre inmortal. La vida de Bolívar es la herencia más preciosa y noble que ha recibido nuestra América. Dejó el Libertador trazados de mano maestra, todos los programas de vida para estas tierras. Comprendió como nadie, todos los problemas Ibero-Americanos. Dijo que era urgente y necesario buscar intercambios de sangre; que estos pueblos sólo podrían salvarse, mezclándose con europeos de todas partes ejemplo: la Argentina, y esto, como todo lo que él pensó y dijo, ha venido realizándose, así en los bienes como en los males, con una seguridad asombrosa. La originalidad de su genio profundamente Ibero-Americano, será siempre el orgullo mayor de nuestro Continente. Por desgracia, algunas de aquellas buenas cosas que él deseó para nosotros, se han realizado, pero en contra de nuestros destinos. El canal de Panamá se abrió; pero ese pedazo de tierra ya no nos pertenece. Fueron los norte-americanos los que supieron aprovecharse de tan importante lugar, cometiendo para ello uno de los mayores atentados que han cometido contra nuestra América. Sólo la unión puede salvar a nuestros pueblos. Recordamos a Bolívar como a un genio de la Libertad, como a un hombre lleno de gloria en estos países donde la gloria ha sido siempre tan escasa. Pero en realidad lo hemos olvidado, porque no hemos sabido seguir el maravilloso reflejo de su vida. ¿De qué sirven las estatuas consagradas a los héroes si alrededor de ellas se agitan multitudes de perezosos, analfabetos y miserables? Pensemos en nuestra América, trabajemos por ella, esforcémonos con todas las fuerzas de nuestra inteligencia y de nuestro espíritu en unirnos todos para ser respetables, civilizados, fuertes; no busquemos la fuerza para servirnos de ella como arma de conquista; porque toda conquista es desenfreno y codicia criminal y contra toda conquista y abusos militares combatió siempre Bolívar. Renunció varias veces el mando supremo del Gobierno para tornar a ser simple ciudadano, deseándolo con toda la sinceridad de su grande alma. (Véanse sus últimas cartas).
Dictador y militar, se consideró a sí mismo hombre peligroso para un gobierno democrático, y combatió el militarismo y los gobiernos militares, diciendo en más de una ocasión estas palabras profundas: “Desgraciado del pueblo cuando el hombre armado delibera.” Porque el soldado es hombre de garantía y defensa, y antes que otra cosa es y debe ser siempre hombre de paz. Bolívar está considerado como uno de los más insignes guerreros de la historia. Pero al revés de los grandes capitanes del mundo Alejandro, Hanníbal, Julio César, hasta Napoleón, hombres de genio que gastaron lo mejor de su vida en el horrendo oficio de matar hombres y esclavizar pueblos. Bolívar es Libertador de casi todo un Continente y aun en medio de una de las guerras más bárbaras y crueles y a pesar de su proclama de guerra a muerte, fue casi siempre generoso y hombre lleno de perdón y ternura. Fue un gran soldado, pero soldado de la Libertad. Seamos fuertes para combatir al mal, para defender el bien, para alargar sobre el horizonte del universo toda la dicha que los hombres todos nos debemos los unos a los otros. Amemos con todo nuestro amor y nuestra admiración la vida y la gloria de Bolívar; sólo que para amarla y admirarla es necesario y hermoso poner nuestro esfuerzo personal al servicio de nuestra América, espiritual, noblemente. Entonces, Simón Bolívar, Libertador de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú, fundador de Bolivia y ratificador de la libertad continental, el libertador de América, nacerá de nuevo entre nosotros.
ESCUDO DE ARMAS DE LA GRAN COLOMBIA



CARLOS PELLICER.
Pudrió el tiempo los años que en las selvas pululan.
Yo era un gran árbol tropical.
En mi cabeza tuve pájaros;


sobre mis piernas un jaguar

(1)Esta miseria de ser humano debe ser recordada siempre, como un icono de maldad; traición; desvergüenza; deslealtad y cinismo, pero sobretodo para recordarnos las naciones hermanas del Mundo; que individuos como “este” no existan nunca jamás, al frente de cualquier liderazgo de nuestras naciones. (J.Jesus Perez)


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"Y colorín colorado, esta historia se ha acabado"

  KUMAS