TRES
PREGUNTAS
Cierta vez hubo un rey que pensó que si él supiera
siempre el momento en que es preciso comenzar cada obra, con qué gentes hay que
trabajar, con cuáles no y principalmente si supiera siempre qué negocio es el
más importante, entonces jamás tendría contrariedades.
El rey, después de haber reflexionado, hizo saber por
todo su reino que daría una gran recompensa al que le descubriese cómo saber el
tiempo oportuno para cada negocio; cuáles son las gentes más necesarias, y cómo
no equivocarse en la elección de la obra más importante de todas.
Comenzaron a llegar sabios para contestar a aquellas
diferentes preguntas.
A la primera de ellas, unos decían que para conocer
el tiempo oportuno de cada negocio, es preciso trazarse anticipadamente el
empleo del tiempo, del mes y del año y seguirlo estrictamente. Sólo entonces,
aseguraban, cada cosa se hace a su tiempo. Otros decían que no se puede decidir
previamente qué cosa hay que hacer en determinado tiempo; pero que no hay que
darse al olvido en esparcimientos estériles, sino que hay que estar siempre
atento a lo que sucede y hacer entonces lo que el momento exige. Estos decían
que aunque el rey se dedicara a estar atento a lo que sucede, un hombre jamás
puede decidir con seguridad cuándo hay que hacer tal o cual cosa, por lo que es
preciso tomar el consejo de hombres ,sabios y, en poder de tal consejo, ver lo
que hay que hacer y en qué tiempo.
Aquéllos decían que hay negocios que no dejan, tiempo
para interrogar consejeros y que es indispensable decidir al instante, si es el
momento o no de abordarlos, y que para saberlo, urge saber previamente lo que
sucederá, cosa que sólo pueden hacer los magos; de suerte que para conocer el
tiempo oportuno de cada negocio hay que interrogar a éstos.
Las contestaciones a la segunda pregunta fueron
también opuestas, pues mientras unos decían que los hombres más necesarios a
los reyes son los que les ayudan en el gobierno, otros señalaban a los sacerdotes
y los terceros decían que los hombres más necesarios a los reyes son los
médicos; no, los soldados, afirmaban los cuartos.
A la pregunta tercera: ¿cuál es la obra más
importante del mundo? Estos decían que las ciencias; aquellos, que el arte
militar, y los de más allá que la adoración a Dios.
Vista la divergencia de opiniones, no aceptó el rey
ninguna de ellas ni recompensó a nadie; y, a fin de obtener una respuesta
categórica a aquellas preguntas, resolvió interrogar a un ermitaño célebre por
su sabiduría.
Vivía el tal ermitaño en el bosque, del que no salía
jamás y sólo recibía a la gente sencilla, por lo que el rey se vistió con
pobres ropajes y antes de llegar con su séquito a la celda del ermitaño, bajó
del caballo y se presentó solo y a pie.
Cuando el rey se aproximó al ermitaño, hallábase éste
frente su celda removiendo un macizo de verdura. Al notar la presencia del rey,
le saludó y se puso a cavar de nuevo inmediatamente. Era el ermitaño flaco y
débil. Clavó la pala en la tierra y luego de haber removido el montoncito de
tierra, suspiró trabajosamente
Aproximósele el rey y le dijo:
-Vengo a tu casa, sabio ermitaño, para pedirte
respuesta a tres preguntas: ¿Qué tiempo hay que conocer y no dejar escapar para
no arrepentirse después? ¿Cuáles son las gentes más necesarias y con quién hay
que trabajar más, y con quién menos? ¿Cuáles son las obras más importantes y,
por consiguiente, cuál hay que hacer antes de todas las demás?
Escuchó el eremita al rey y no contestó nada.
Escupió en sus manos y se puso de nuevo a remover la
tierra.
-Estás cansado -dijo el rey. Dame la pala, trabajaré
por ti,
-Gracias-contestó el eremita, y dándole la pala se
sentó en el suelo.
Después de remover dos macizos, detúvose el rey y
repitió las preguntas. Nada contestó el ermitaño, que se levantó tendiendo las
manos hacia la pala.
-Ahora descansa y yo trabajaré-dijo.
Pero el rey no le dio la pala, sino que continuó
cavando.
Transcurrió una hora, después otra, comenzaba el sol
a ponerse tras los árboles. El rey, hundiendo la pala en la tierra, dijo:
-Hombre sabio, he venido a tu casa para buscar
respuesta a mí pregunta; si quieres contestarme dilo y me iré.
-Espera. ¿No ves alguien que se dirige corriendo
aquí? Mira -dijo el eremita.
Volvióse el rey y vio que efectivamente corría del
bosque un hombre barbudo que oprimía las manos contra el vientre; por sobre
ellas corría la sangre. Cuando el hombre barbudo llegó cerca del rey, cayó por
tierra y sin moverse gimió débilmente. El rey, ayudado por el ermitaño,
entreabrió los ropajes de aquel hombre.
Tenía en el vientre una gran herida que el rey lavó
lo mejor que pudo con su pañuelo y una servilleta, y el ermitaño vendó; pero la
sangre no dejaba de salir. El rey cambió varias veces la curación mojada de
caliente sangre y de nuevo lavó y vendó la herida. Cuando la sangre se contuvo,
el herido recuperó el conocimiento y pidió de beber. El rey trajo agua fresca y
le dio de beber. Entretanto el sol se había puesto por completo y el tiempo
estaba fresco, por lo que el rey, con ayuda del ermitaño, transportó al hombre
barbudo a la celda y le colocó sobre el lecho de aquél. Allí cerró los ojos el
herido, y pareció dormirse.
El rey se sentía tan fatigado con la caminata y el
trabajo, que sentado en el umbral se durmió también con un sueño, tan profundo
que durmió toda la corta noche de verano. Llegada la mañana, se despertó y
durante largo tiempo no pudo darse cuenta de dónde estaba ni quién era aquel
hombre extraño y barbudo que, acostado en el lecho, le miraba fijamente con sus
brillantes ojos.
-Perdóname-dijo con una voz débil el hombre barbudo,
en cuanto advirtió que el rey estaba despierto y le miraba.
-No te conozco y no tengo nada que perdonarte -dijo
el rey.
-No me conoces, pero yo sí te conozco. Soy tu
enemigo, aquel que juró vengarse de ti, porque tú eres mi hermano y me
arrebataste todos mis bienes. Como supe que venías solo a visitar al ermitaño,
resolví matarte. Quería atacarte cuando regresaras, pero transcurrió el día
entero sin que yo te viera. Entonces salí del escondite para saber dónde
estabas y caí entre tus compañeros que me reconocieron y me hirieron. Escapé,
pero perdiendo mi sangre, y hubiera muerto a no curar tú mi herida. Quería
matarte y tú me salvaste la vida. Si ahora sigo vivo y tú lo quieres, te
serviré como el más fiel de los esclavos y ordenaré a mis hijos que obren lo
mismo que yo.
Perdóname.
Sentíase el rey muy dichoso de haberse reconciliado
tan fácilmente con un enemigo y de haber hecho un amigo. No tan sólo le perdonó,
sino que le prometió devolverle sus bienes y enviar a buscar a sus criados y a
su médico.
Una vez que hubo dicho adiós al herido, salió el rey
a la puerta para buscar al ermitaño.
Antes de dejarlo, quería pedirle por última vez que respondiera a las preguntas
que le había hecho.
El ermitaño estaba en el patio en cuclillas y, cerca
del macizo removido la víspera, sembraba legumbres.
Aproximóse el rey y le dijo:
-Hombre sabio, por última vez te pido que respondas a
mis preguntas.
-Pues si ya te fue dada la respuesta-exclamó el
ermitaño sentándose sobre las flacas pantorrillas y viendo de abajo arriba al
rey que estaba delante de él.
-¡Cómo! ¿Qué ya obtuve la respuesta?-dijo el rey.
-Ciertamente-repuso el ermitaño-. Si tú no hubieras
tenido ayer lástima de mi debilidad ni removido en lugar de mi ese macizo, si
te hubieras regresado solo, te habría atacado tu enemigo y tú te arrepentirías
de no haberte quedado conmigo. Entonces el tiempo más oportuno era aquel
durante el cual tú removías la tierra, y yo era el hombre más importante y la
obra más importante era hacerme bien. Y después, cuando el hombre ha acudido,
el tiempo más oportuno fue aquel en que le cuidaste, y si no hubieras cuidado
su herida hubiera muerto sin reconciliarse contigo. Entonces el hombre más
importante era éste y lo que tú has hecho era la obra más importante.
Así, pues, acuérdate de que el tiempo más oportuno es
el único inmediato, y es el más importante porque es solamente en tal momento
cuando somos los amos de nosotros mismos; y el hombre más necesario es aquel a
quien se encuentra en este momento.
* * *
"Y colorín colorado, este cuento se ha acabado"
KUMAS
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