EL REY LEAR
SHAKESPEARE
Gobernaba la noble Bretaña el anciano rey Lear. Gonerila,
Regania y Cordelia llamábanse sus hijas. Casadas Gonerila y Regania con dos
opulentos duques, Lear encontraba en la dulce Cordelia el descanso de su vejez.
Era Cordelia de apacible carácter y de firme transparente
corazón.
Un día entre los años el rey Lear creyó llegado en
tiempo de abandonar el trono. Su vejez le dictaba tranquilidad y descanso en
las fatigas. Así, pensó dividir el reino entre sus tres hijas para que con sus
esposos gobernara cada una su parte. Pero como Cordelia permanecía soltera,
decidióse a convencerla de que escogiera entre el rey de Francia y un noble
duque que pretendían su mano. El viejo rey convocó solemnemente a sus vasallos
para expresarles su deseo de partir el reino entre sus tres hijas. Y añadió:
-Antes de hacerlo, sólo deseo saber cuál de las tres
siente, mí mayor afecto. Quiero que mí recompensa sea como su cariño.
Y preguntó a Gonerila, la hija mayor, cómo era el amor
que hacia él sentía.
-Os amo-dijo Gonerila,- más que a los goces de los
ojos, más que a mi libertad, más que a las riquezas todas de la tierra. Os amo
tanto como a mi vida, mi salud, mi belleza y mi honor. Ninguna hija amó a su
padre más de lo que yo os amo.
A cambio de sus palabras dióle el rey una de las mejores
partes de su reino. Aquélla de fértiles campiñas, de bosques umbrosos, de
resonantes ríos y dilatadas praderas.
En seguida preguntó a su hija Regania.
-Gonerila ha hablado por mí-dijo Regania-. Ella ha
encontrado en sus frases la expresión de mi afecto; pero aún os quiero más
porque yo no sé de otra felicidad que vuestro cariño.
Satisfecho el rey Lear al oír las palabras de su
segunda hija, le ofreció otra parte de su reino para que la gobernase como
suya.
Y volvióse luego hacia la predilecta Cordelia, y,
como sus hermanas, la instó a declarar en voz alta su afecto filial.
Cordelia, cuyo corazón valía más que sus palabras,
permaneció en silencio.
-¿Qué tienes que decir?-preguntó el rey Lear.
-Nada, señor-respondió Cordelia.
-¿Nada?-preguntó Lear sorprendido.
-Nada-respondió dulcemente Cordelia.
Entonces el rey, asombrado y colérico, le ordenó que
hablara.
-Sois mi padre-dijo Cordelia. -Me dísteis vida,
alimento, cariño; correspondo a cuanto os debo como es justo; os obedezco, os
amo, os honro. No comprendo por qué mis hermanas tomaron esposo, si os amaban
sobre todas las cosas, como dicen amaros. Cuando yo me case, el dueño de mi
mano llevará con ella la mitad de mi cariño, la mitad de mis cuidados, la mitad
de mis deberes. Nunca me casaría yo, como mis hermanas, si amara a mi padre más
que a nadie en el mundo.
-¿Lo habéis dicho de corazón?-preguntó Lear con
extrañeza.
-Sin duda, padre mío.
-¡Tan joven y sin alma ya!
-La más joven, señor, pero la más sincera.
Ciego de rabia el rey Lear calificó cruelmente a su
hija. Y su ceguera lo llevó al grado de desconocerla, diciéndola que no la consideraba
más tiempo como hija suya, que el amor de ayer habíase transformado en odio. En
cambio, dirigiéndose a Gonerila y Regania las dotó con la mitad de su reino,
advirtiéndoles que un mes
viviría con cada una de ellas, pues a Cordelia no
deseaba ver por más tiempo.
De este modo dividió el anciano rey Lear sus dominios
y riquezas, conservando para sí solo cien caballeros.
Los cortesanos permanecieron mudos y temerosos ante
la actitud de su rey. Sólo uno de los nobles, el leal Duque de Kent, movido por
un deseo de humanidad y justicia, se atrevió a hacer ver cuán fuera de juicio
obraba con la veraz Cordelia. Lear, cada vez más colérico, al oír la defensa de
Cordelia en los labios de su vasallo, estuvo a punto de herirlo con su propia
espada. Difícilmente se contuvo para hacerlo desterrar por siempre de Bretaña.
Anunciaron los heraldos la presencia de los
pretendientes a la mano de Cordelia. Entraron el duque y el rey de Francia.
Entonces Lear narróles lo sucedido, advirtiéndoles que Cordelia, rica pocos
momentos antes, ahora sólo tenía por dote su aborrecimiento.
El ambicioso Duque francés dijo a Cordelia:
-Al perder un padre habéis perdido un esposo.
Pero el rey de Francia dijo a su vez:
-Te amo ahora como nunca, Cordelia. Más enriquecida
cuanto más te empobrecen. Ven conmigo a reinar en mi corazón y en el de la
hermosa Francia.
Sintióse Cordelia renacer a una nueva vida al oír las
frases del amoroso desinteresado rey de Francia, y, gustosa, aceptó el
ofrecimiento, partiendo para Francia, entre las burlas de sus hermanas.
Acompañado por los cien caballeros de su séquito, el
rey Lear se dirigió al castillo de su hija mayor, esperando una amable acogida.
Pero Gonerila, que frente a su padre habla hablado no con su afecto sino con su
ambición, lo recibió con impasible frialdad.
Pronto los criados del castillo fueron prevenidos por
ésta para que no se le sirviera; para que, en cambio, le repitieran a cada
instante las molestias que causaba su presencia en el castillo. Y más allá fue
la maldad de la hija ambiciosa, pues logró hacer ver a los caballeros que
acompañaban a su padre, la necesidad de que abandonaran su servicio.
Sólo dos amigos fieles acompañaban al rey Lear en su
desventura, Uno, el bufón alegre y cuerdo, que en otro tiempo divertía a su
señor diciendo agudezas y fingiendo increíbles locuras. Otro, un nuevo servidor
llamado Cayo. El nuevo servidor era el duque de Kent, el defensor de Cordelia,
que no se resignó a abandonar a su rey en los peligros que había previsto al
mirar la ambición de Gonerila y de Regania, y que ocultando su nobleza y su
nombre, había merecido otra vez la confianza del anciano.
Un día un criado de Gonerila contestó
irrespetuosamente al rey Lear. Entonces, Cayo lo hizo salir, por la fuerza, de
la estancia. La hija mayor, enterada por el oficioso sirviente, olvidando que el
ofendido era su padre, reclamó a Lear el trato que daba a sus criados. Y vertió
palabras insolentes que atravesaron el corazón del viejo rey, que sólo pudo
exclamar:
-No hay mordedura que hiera como la ingratitud de una
hija
Y salió del castillo de la hija ingrata, con la noche
en el corazón,
No eran ya cien los caballeros que acompañaban a
Lear. Tan sólo el bufón y un leal amigo lo seguían en su camino hacia el
castillo de Regania.
Cayo habíase adelantado para llevar la nueva. También
la intrigante Gonerila había enviado un mensajero a su hermana para que ésta no
admitiera a su padre en sus dominios.
Cayo reconoció al mensajero, reprochándole que se
prestara a servir la insolencia de una mujer contra la angustia de un anciano.
Se entabló la disputa. A las voces del cobarde sirviente acudieron Regania y su
esposo seguidos de los vasallos. Al enterarse de lo sucedido, Regania ordenó
que Cayo fuese puesto en un cepo, a la puerta del castillo como un vulgar
ladrón.
Entre tanto, Lear y sus amigos llegaron al castillo,
quedando sorprendidos al ver a Cayo prisionero. Cuando el viejo rey supo que
era su hija la autora de la afrenta, su angustia creció sin límite. Cayo, desde
su prisión, preguntó al rey por qué sólo lo acompañaba un caballero. El bufón,
moviendo sentencioso los cascabeles de su caperuza, cantó:
Quien de tu oro
se alimenta
o sigue por conveniencia
en cuanto empiece a
llover
te dejará en la
tormenta.
Esperando, Lear ordenó a los servidores del castillo
que informaran a sus amos de su llegada. Pero Regania, advertida por su
hermana, presentó excusas pretextando una indisposición.
El viejo Lear recibió la respuesta como una herida.
Un ruido de trompetas y tambores anunció la llegada
de Gonerila, que deseaba unirse personalmente a su hermana para doblegar, a su
padre.
De este modo, juntas Regania y Gonerila, descubrieron
la maldad de sus corazones, echándole en cara a su padre lo que llamaban abuso
de hospitalidad; y se mofaron de su fatiga y de su vejez.
Loco de dolor salió Lear del castillo, acompañado por
sus tres amigos.
El cielo, como sobrecogido de espanto ante tan
grandes injusticias, amontonaba nubes. Deshiciéronse las nubes en furiosa
lluvia; el viento trocóse en huracán.
Gonerila y Regania sabían que el rey su padre no
encontraría refugio, más indiferentes, dijeron:
-El sólo se debe culpar. Dejó su casa y ahora
comprenderá su locura.
El viejo rey y los amigos fieles cruzaban los campos
desiertos.
El viento enmarañaba la blanca cabellera del rey, y
la lluvia empapaba sus vestiduras; pero él caminaba bajo la tormenta, y su
dolor era más fuerte que el combate del viento y del agua.
Así anduvieron, errando en la noche interminable,
azotados por la furia del huracán.
El bufón esforzábase en distraer los obscuros pensamientos
del rey; pero a éste la violencia de su desgracia empezaba a empañar la razón.
El rey de ayer era, ahora, un miserable que sólo
acertaba a hablar de la ingratitud de sus hijas y que desafiaba la tempestad como
si quisiera en su ruido ensordecer su dolor.
Ya desfallecían de cansancio los amigos de Lear, cuando
encontraron una cabaña miserable.
En ella permanecieron el resto de la terrible noche, hasta que, a la madrugada, la luz de una antorcha anunció la presencia de un hombre. Era un noble caballero que no olvidaba los favores que debía al rey y que se ofreció a llevarlos a una parte deshabitada del castillo. El viejo Lear se dejó conducir
En ella permanecieron el resto de la terrible noche, hasta que, a la madrugada, la luz de una antorcha anunció la presencia de un hombre. Era un noble caballero que no olvidaba los favores que debía al rey y que se ofreció a llevarlos a una parte deshabitada del castillo. El viejo Lear se dejó conducir
alucinado, inconsciente aún por la fuerza de su
dolor.
Y hasta la mañana pudieron encaminarse a la costa
donde los
esperaba Cordelia que, avisada por un enviado de
Cayo, se apresuró a compartir con su padre, silenciosa, su tragedia. Los delicados
cuidados de Cordelia y un tranquilo sueño hicieron recobrar a Lear las luces de
la razón. Y entonces conoció la firme transparencia de la verdad de su hija.
Pero hay que desconfiar de la felicidad.
Si Cordelia había traído consigo un ejército,
Gonerila y Reganía
habían armado los suyos. El ejército francés fue
derrotado y prisioneros Lear y Cordelia.
Gonerila y Regania, dominadas por sus instintos, mandaron
asesinar a la dulce Cordelia. Y el viejo rey, destrozada el alma, desfalleció
con el cuerpo de la hija en sus brazos.
Así murió el anciano rey de Bretaña que padeció lo
increíble.
Los jóvenes no veremos lo que él vio, ni viviremos
tanto.
* * *
"Y colorín colorado, este cuento se ha acabado"
KUMAS
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