Catorce días después de la muerte de su padre
Gamuret, nació Parsifal, príncipe de Anjou
(1). Su madre, alejándose de la corte por el duelo de su esposo, se retiró al
Bosque Solitario, en donde se consagró a la educación de su hijo.
El niño crecía rodeado de la naturaleza casi virgen y
su madre, por exceso de cariño, procuraba tenerlo en la mayor ignorancia de las
cosas de los caballeros. Armado de un arco y de flechas, pasaba las horas
cazando pajarillos del bosque. Pero una vez le ocurrió que al ver caer muerto a
sus pies a uno de los que cazaba, se echó a llorar, considerando que el pobre
animalillo ya no podría cantar más. Así, fue en busca de su madre, a la que
preguntó si había hecho mal dándole muerte.
-No has hecho bien, hijo mío - contestó la madre
besándolo -Dios ha dado a las aves una vida igual a la nuestra y no debemos
quitársela.
- ¡Dios! -exclamó el niño- ¿Quién es Dios?
-Dios - contestó la madre - es tan brillante y
resplandeciente como el día, ha creado los cielos y la tierra y dado vida a los
hombres y a todos los animales. Debes servirle y amarle y, en cambio, aborrecer
al diablo, que es negro, malo y astuto.
Un día, mientras estaba cazando, oyó ruido en el
bosque, y pensó:
-Tal vez sea el diablo que se acerca y ahora sabré
bien e6moci, Y, hasta -tal vez- podré luchar con él y vencerlo.
Pero no era el diablo quien se acercaba, sino cuatro
caballeros armados y ataviados con magnificencia. Sus armaduras y sus armas
esplendían con el sol y creyendo el niño que serían Dios mismo, puesto que
brillaban como la luz del día, cayó de rodillas y con las manos en alto,
exclamó:
-¡Ayúdame, Dios, ayúdame!
Los caballeros se echaron a reír en cuanto oyeron
tales palabras y dijeron al cándido niño:
-No somos Dios. Si abres bien los ojos verás que
somos caballeros.
-¡Caballeros! Y ¿qué es eso?
Los caballeros se asombraron al notar la extrema
ignorancia del niño y bondadosamente le explicaron en qué consistía la
caballería. El niño escuchaba con la mayor atención y no se cansaba de tocar
las espadas, los escudos, las lanzas y las armaduras, y cuando se hubo enterado
de todo, deseó en su alma ser caballero, como los que veía.
-Eso no podremos concedértelo nosotros - contestó uno
de ellos. Solamente el Rey Arturo tiene derecho a armarte caballero.
Dichas estas palabras se marcharon y el niño ya no se
entretuvo más en el bosque para proseguir la caza. Marchóse inmediatamente a su
casa y abrazándose a su madre, le dijo:
-Madre, querida madre, quiero ser caballero.
Muda de pena y de asombro, al oír el deseo de su
hijo, vio cuán
inútil había sido su empeño de hacerle ignorar las
cosas pertenecientes a la caballería, pues el joven, obedeciendo a los
instintos heredados de su padre, se inclinaba fatalmente a seguir la misma vida
que él. Debía, pues, resignarse a perder a su hijo, con tanto amor criado, el
cual, a partir de entonces, iría errante por bosques y montañas, combatiendo
contra toda suerte de enemigos.
Pero quiso hacer todavía una tentativa para recobrar
la voluntad de su hijo. Tuvo la idea de que si lo vestía pobremente, de manera
que la gente lo creyera burlesco, el joven, disgustado por aquel mundo que no
conocía y que le haría burla, no tardaría en volver al bosque, al lado suyo.
Así, le hizo un traje de color pardo, como de bufón, le cubrió las piernas con
unas polainas de piel de ternera sin curtir, y dándole un mal caballejo, le
dijo que ya estaba equipado. Luego le aconsejó acerca de lo que debía hacer en
el mundo.
A la mañana siguiente, muy temprano, partió Parsifal
no sin que antes su madre lo hubiera besado repetidas veces, con la mayor
ternura.
El joven se alejó, volviendo de vez en cuando la
cabeza para saludarla. Por fin desapareció en una revuelta del camino y la
desgraciada Reina regresó a la casa llorando amargamente. Y allí sufrió una
congoja, se le oprimió dolorosamente el corazón y quedó muerta.
Montado en su caballo, Parsifal marchó a través de
montes y valles, hasta que un día llegó ante un riachuelo que un gallo habría
podido vadear, pero atendiendo a los prudentes consejos de su madre siguió sus
orillas durante el día entero, hasta que llegó a un lugar que formaba una
plazoleta entre la espesura.
Allí advirtió una tienda, de terciopelo en la que
dormía una mujer hermosa y joven. Al verla recordó otro consejo de su madre,
que le recomendaba besar la mano de toda mujer hermosa y joven y tomarle su
sortija, pues eso le daría buena suerte. Se acercó a la dama, le besó repetidas
veces la mano y luego le quitó la sortija que llevaba en su mano izquierda.
En vista de que la dama no despertaba, Parsifal se
alejó, sin pensar en las consecuencias que tendría su conducta. Poco después
vino Orilus, el esposo de la dormida, la cual era la duquesa Jeschute, y al ver
que ella no llevaba la sortija que le entregara el día de la boda, creyó que le
había sido desleal. Al advertir en la hierba las huellas de un caballo, no tuvo
ya duda de que la dama había recibido la visita de un hombre. Loco de celos
injurió a su desgraciada e inocente esposa, y se alejó dispuesto a castigar con
la muerte el atrevimiento del desconocido.
Mientras tanto, Parsifal seguía sin temores su
camino.
En pocos días llegó a Nantes, corte del Rey Arturo.
Cerca de la puerta de la ciudad el joven encontró a Ither, conocido por todos
con el apelativo de “el caballero rojo.” Y merecía tal nombre porque encima de
la armadura llevaba una especie de túnica corta de color rojo, y las riendas de
su caballo, la gualdrapa de éste, y hasta la lanza, eran del mismo color.
Al ver Ither que se acercaba Parsifal, se volvió a él
y le dijo:
-Podrías hacerme un favor, joven. Ya que vas a la
ciudad, preséntate de mi parte al Rey Arturo y dile que estoy enojado con él y
con todos los caballeros de la Tabla Redonda, porque no reconocen mi derecho
sobre mis tierras y mis vasallos.
“Ayer, cuando estábamos sentados a la mesa bebiendo
vino, me irritaron sobremanera y yo, derribando mi copa, manché a la Reina
Ginebra en el regazo. Ve y diles que aquí tengo mi copa de de oro y que desafío
al Rey Arturo y a todos sus caballeros a singular batalla.”
Parsifal se alejó, entró en la ciudad de Nantes y
directamente se encaminó a la corte del Rey Arturo. Su aparición causó en ella
la mayor extrañeza, a causa de su ridículo traje. Pero pronto en sus miradas
advirtieron todos que era un muchacho valeroso. Se acercó al Rey y le dio
cuenta del mensaje que le había confiado el caballero rojo.
El Rey le dijo que a la mañana siguiente irían sus
caballeros, uno tras otro, a pelear contra Ither; pero Parsifal rogó que lo
armase caballero, pues quería ir él mismo a matar al insolente caballero rojo,
-No puedo armarte caballero hasta que hayas realizado
algunas hazañas -le contestó el Rey.
Esto dio a Parsifal mayor deseo de pelear contra
Ither y sin hacer caso de las burlas que provocaba, se afirmó en su propósito,
de manera que a la mañana siguiente, montado en su caballo y armado solamente
de una corta lanza, salió al encuentro de lther.
-Vengo a combatir contigo, mal caballero -gritó
Parsifal.
lther se echó a reír desdeñosamente y le dirigió
algunas burlas,
pero como viera que, a pesar de todo, Parsifal se
disponía a atacarlo, Ither asestó una lanzada al caballejo del joven y lo hirió
gravemente, de manera que el pobre animal cayó al suelo, arrastrando a su dueño
en la caída.
Imposible sería describir la cólera que sintió
Parsifal. De un salto se desembarazó de su cabalgadura y avanzando hacía lther
antes de que éste pudiera atender a su defensa, le clavó la punta de la lanza
en los ojos, por la abertura del casco y el caballero rojo cayó pesadamente al
suelo.
Parsifal, victorioso, se apresuró a desnudar al
muerto y se vistió sobre el traje de bufón que llevaba, la armadura y la túnica
roja, Ciñóse la espada y las espuelas y empuñando la lanza montó en el caballo
de Ither y se alejó, resuelto a ir en busca de aventuras que luego le
permitiesen ser armado caballero por el Rey Arturo.
Viajó a través de altas y solitarias montañas
y de
espesos bosques, durante varios días, hasta que llegó a un castillo llamado Hermoso
Retiro, cuyos habitantes sufrían entonces grandes penalidades, pues el castillo
estaba sitiado por un ejército, que se disponía dar el salto.
Parsifal sintió deseos de auxiliarlos.
Acercóse al castillo y dando a conocer sus buenas
intenciones, le indicaron un lugar por donde podría entrar y así lo hizo,
siendo saludado efusivamente por los defensores de la fortaleza.
La señora del castillo era maravillosamente hermosa.
Y la causa del asedio era que el rey Clamide quería casarse con ella a toda
costa.
La hermosa castellana recibió a Parsifal y le otorgó
todos los honores que estuvo en su mano concederle.
Ofreció a su huésped una comida bastante pobre, pues
en el castillo estaban muy escasos de víveres a causa del sitio que sufrían. El
joven le relató su historia y le prometió defenderla de las exigencias de su
enemigo.
-Acepto vuestra ayuda, valeroso caballero, esperando
que podréis sacarme del peligro en que me hallo. Mi padre ha muerto y mis
parientes desconocen mi situación. Mañana volverá el rey Clamide a ofrecerme,
por última vez, la alternativa de ser su esposa o de morir entre las ruinas de
este castillo.
-Nada temáis, que yo perderé la vida por salvar la
vuestra y os dejaré en libertad de otorgar vuestra mano a quien vuestro corazón
elija.
La dama, cada vez más llena de esperanza, hizo
conducir a su campeón a una hermosa sala, para que tomase algún descanso y
Parsifal se acostó en el lecho que le habían destinado, sintiendo que la dueña
del castillo había conquistado su voluntad.
Al día siguiente, por la mañana, Parsifal se armó
cuidadosamente y salió a las murallas del castillo. Allí, en voz alta, retó a
singular combate al más valiente de los enemigos. Avanzó un oficial del rey
Clamide para aceptar el reto y, en vista de ello, Parsifal fue a trabar con él
mortal pelea.
Los dos caballeros se pusieron frente a frente,
empuñando sus lanzas y, a los pocos segundos, el oficial caía atravesado por el
hierro de Parsifal.
Aquella victoria desanimó a los enemigos, y viéndolo
Parsifal, reto a nuevo combate a cuantos quisieran pelear por la causa del rey
Clamide; pero ninguno aceptó y así todos se alejaron dejando libre el castillo
y tranquila a su dueña gentil.
Inútil es decir cuánta alegría sintieron todos al
verse libres del peligro que los amenazaba y cuán celebrado fue el vencedor. La
misma dama lo miraba con ojos húmedos de alegre llanto y entonces Parsifal,
solicitó su mano.
La joven, en extremo ruborizada, pero también
extraordinariamente dichosa, dio su consentimiento y entre la alegría general
se hicieron los preparativos para la boda. Por fortuna aquel día llegaron dos
buques cargados de provisiones a la cercana costa y así pudo celebrarse la
ceremonia nupcial y el banquete con la mayor abundancia y alegría.
Pasaron muchos días dichosos para el joven
matrimonio. Pero Parsifal no podía olvidar a su madre y con el deseo de verla y
de darle las nuevas de su felicidad, pidió un día a su esposa el permiso de
alejarse para cumplir con sus deberes filiales. Ella sintió amargo disgusto,
pero comprendiendo las razones que lo movían a ello, consintió en la separación,
no sin haberle hecho prometer antes que sería lo más corta posible.
Inquieto por lo que pudiera suceder a su esposa, iba
Parsifal montado en su caballo, sin fijarse en el camino que seguía. Al llegar
la noche, se encontró a orillas de un lago y a poca distancia en el agua vio
una barca de pescadores que se aprestaban a echar sus redes.
-¿Podrías indicarme un lugar para pasar la
noche?-preguntó a uno de ellos.
-Detrás de esas rocas --dijo el interpelado señalando
las que estaban junto al lago-hay un hermoso castillo en donde, seguramente, te
darán alojamiento.
Parsifal dio las gracias y tomó el camino que
acababan de indicarle y después de largo rato, llegó, efectivamente, a un
castillo magnífico, cuyo puente estaba levantado.
Viendo en una de las ventanas a un muchacho que
asomaba el rostro, le dijo:
-Unos pescadores del lago me han indicado que aquí me
darían posada. ¿Sabes si hay inconveniente?
-Ninguno, sí te lo dijeron los pescadores -contestó
el muchacho.
Y acto seguido fue a disponer lo necesario para que
se bajara el puente.
Entró Parsifal en el patio del castillo y observó por
la hierba que crecía en él, que ningún caballero debía de atravesarlo a caballo.
Y mientras estaba entretenido mirando las altas torres, de, hermosísimas
doncellas lo llevaron a una grande y bella sala. Allí le ayudaron a quitarse la
armadura y le entregaron un magnífico manto de seda árabe, y en cuanto él se
hubo ceñido la espada al costado, lo hicieron pasar a otra sala.
Esta era inmensa y admirable. La iluminaban cien lámparas
en forma de coronas suspendidas del techo y llenas de velas blancas que
despedían viva luz. También en las paredes había candelabros que contribuían a
la mejor iluminación del lugar. Junto a
las paredes había cien lechos cubiertos de hermosísimos tapices y otros tantos
caballeros estaban junto a ellos, guardando extraordinario
silencio.
En un extremo de la sala estaba el señor del
castillo, tendido en su lecho. Parecía estar triste y enfermo de muerte.
De pronto apareció un escudero por una de las puertas,
llevando en la mano una lanza, cuyo hierro estaba teñido de sangre y con ella
avanzó por la sala, tocando las paredes. Y al verlo, todos los caballeros se
levantaron profiriendo lamentos desgarradores.
Luego se abrió una puerta de acero y entraron dos
doncellas que llevaban adornadas con flores sus cabelleras. En las manos
sostenían unas velas blancas encendidas en candelabros de oro. Las seguían dos
más que llevaban una mesa preciosísima que fueron a poner ante el señor del
castillo. Otras doncellas aparecieron luego por la misma puerta, llevando
también candelabros y un servicio de mesa que dejaron en la del señor del
castillo, y, finalmente, apareció la reina Alegría, que llevaba el Santo Grial
(1).
Y empezó la comida, siendo en ella maravilloso la falta de criados para
servir las viandas. Cada uno de los caballeros expresaba su deseo de comer
determinado manjar y en el acto el Santo Grial lo hacía aparecer sobre su mesa.
Parsifal estaba sorprendido y no comprendía el
significado de lo que veía. Por otra parte no se atrevía a hacer pregunta
ninguna, pues al parecer no se ocupaban de su presencia.
Por fin acabó la comida y un escudero presentó al
señor del castillo una espada en cuya empuñadura centelleaba un espléndido
rubí. El castellano la ofreció a Parsifal, diciéndole:
-Muchas veces la he usado en mis combates; pero por
voluntad de Dios, es ahora demasiado pesada para mi mano. Esgrímela bien y en
defensa de las causas justas.
Parsifal agradeció el regalo. Las doncellas empezaron
a retirar el servicio que habían llevado y la Reina Alegría se llevó el Santo
Grial. En cuanto a Parsifal, fue conducido a su habitación.
A la mañana siguiente, al despertar, hizo sus
preparativos de marcha. Tomó sus dos espadas y en cuanto llegó al patio
encontró su caballo que ya estaba dispuesto; pero nadie había para despedirlo y
el silencio más profundo reinaba en el castillo.
Montó en el suyo y siguiendo las huellas de otros
caballos, llegó a la puerta. Bajóse el puente, sin que él viése quién lo hacía
bajar, y salió a campo llano. Se internó en un bosque y, poco después, llegó a
su oído una voz femenina. Guiándose por ella advirtió a una joven que sostenía
en sus brazos a un caballero muerto. Era su prima Sigune.
El joven le preguntó en qué podía ayudarla, pero ella
no le contestó. Por el contrario, le interrogó para saber de dónde venía y al
referírselo Parsifal, la dama contestó:
-El castillo en que has estado es el del Santo Grial
y se halla en la montaña llamada Monsalvat. Pero si alguien busca ese monte y
ese castillo, le es imposible encontrarlo. No se halla más que por voluntad
divina. Y en cuanto el Rey enfermo, se llama Amfortas. Y dime - añadió la
dama-¿no has preguntado al Rey qué tenía?
¿No lo has hecho?
-No, no lo hice
- contestó Parsifal- ¡estaba tan sorprendido
-¡Desventurado!
- exclamó Sigune.- Viste el Santo Grial, a las hermosas doncellas, la
lanza, a la Reina Alegría, oíste el lamento de los caballeros y los gemidos del
rey enfermo y ¿no preguntaste nada?
Y, sin querer oir una palabra más de Parsifal, le
volvió la espalda.
Triste y pensativo, Parsifal emprendió el viaje,
preguntándose cómo lograría encontrar de nuevo el castillo del Santo Grial,
puesto que no llegaba a él quien quería, sino sólo aquel a quien Dios se lo
permitía.
Una mañana atravesaba un espeso bosque, cuando vio una
pequeña ermita. Se acercó a ella para preguntar su camino. Salió el ermitaño;
creyó reconocerlo y, efectivamente, en cuanto oyó su voz comprendió que era su
prima Sigune.
Parsifal le informó de sus aventuras y de su deseo de
llegar nuevamente al castillo del Santo Grial, para lo que solicitó el consejo
de Sigune.
-Lo mejor que puedes hacer -le contestó ésta- es
seguir a la mensajera del Santo Grial.
-Pero he perdido su rastro -contestó el caballero.
-Yo te indicaré por dónde ha ido -replicó Sigune.
Parsifal dió las gracias a su prima y siguió el
camino que ésta le indicó y que había de llevarlo junto a la mensajera que
regresaba al castillo de Monsalvat.
Continuó adelante el caballero, y después de algunas
horas encontró a un príncipe, a su esposa y a dos hijos de sus hijos. Se admiraron
de ver a un caballero armado en un día como aquel, que era Viernes Santo, y
habiendo entrado en conversación le indicaron la inconveniencia de su conducta.
-Conviene que te purifiques de semejante pecado -le
dijo el príncipe- y para ello puedes visitar a un ermitaño que no está lejos de
aquí.
Parsifal agradeció el consejo, y fue al encuentro del
ermitaño que le habían indicado. Pronto llegó a la ermita y al entrar en ella
vio a un anciano de majestuoso y santo aspecto que lo recibió con benevolencia.
Vengo a recibir tu absolución por el pecado que, sin
saber, he cometido, yendo armado en el día de hoy -dijo Parsifal al anciano
-necesito, como pecador, la ayuda de Dios y temo su castigo. Deseo que conserve
la vida de mi esposa y que me permita llegar nuevamente al castillo del Santo
Grial, en donde tengo una santa misión que cumplir.
El ermitaño oyó contento estas humildes palabras e
invitó a Parsifal a que entrase en la ermita.
-Ninguno que no sea fiel servidor de Dios podrá
llegar dos veces al castillo del Santo Grial -dijo el anciano- y como dices
tener una santa misión que cumplir allí y yo sé cuál es, escucha con atención
lo que voy a decirte.
El Santo Grial es un cáliz de tan maravillosa virtud,
que quien lo mira queda limpio de todo pecado. Fue bajado a la tierra por
ángeles y cada año una paloma desciende del cielo a renovar el precioso don que
contiene, precisamente el día de hoy, Viernes Santo.
Se conserva, en el castillo del Santo Grial en
Monsalvat y a su servicio hay cien caballeros y cien doncellas puras como los
ángeles. Estas son todas princesas y los caballeros son Templarios y servidores
de las doncellas. La misión de estos caballeros es reparar las injusticias,
defender a los ignorantes, vencer a los malvados y a estas empresas han
consagrado todos sus vidas y todos están gobernados por un rey que recibe el
nombre de Rey del Santo Grial.
El primero de estos reyes fue Titurel. El mandó
construir el castillo que conoces. Cuando ya se sintió sin fuerzas, abdicó su
reinado en su hijo Frimutel; pero éste se dejó seducir por el amor de una mujer
y la corona pasó a su hijo mayor, llamado Amfortas. También éste se dejó
gobernar por sus sentidos y por el amor, y en cierta ocasión, al trabar una
lucha, fue tocado por una lanza emponzoñada que lo hirió de gravedad. La herida
no ha sido curada todavía, ni lo será, hasta que alguien que llegue al castillo
le pregunte por la causa de sus males. Entonces el rey Amfortas sanará de la
herida y el que con su pregunta le haya devuelto la salud, será coronado Rey
del Santo Grial.
Y ahora que ya te he contado esas cosas -añadió el
ermitaño - dime quién eres tú.
-Mi padre -contestó Parsifal- fue Gamuret y mi madre
se llama Erzeleid. Fui educado por ésta en la ignorancia de la caballería; pero
la sangre que llevo en las venas fue la causa de que la amase aun antes de
conocerla. Mi primer adversario fue Ither, cuya armadura y cuyo caballo tengo……..
-¡Cómo! -exclamó el ermitaño- ¿Mataste a Ither? Pues
sabe que diste la muerte a uno de tu sangre, ya que Ither era sobrino de tu
padre. Y en cuanto a tu madre, veo que ignoras su fin. La pobre ha muerto.
-¿Mi madre ha muerto? -exclamó Parsifal- ¡No es
posible! ¿Cómo lo sabes?
-Soy el hermano de tu madre -contestó el ermitaño -y
hermosa reina Alegría es mi hermana. También es hermano mío el rey Amfortas.
Parsifal escuchó estas últimas palabras con alegría;
pero no podía olvidar la pena que le había causado la noticia de la muerte de su
madre.
Durante varios días permaneció Parsifal con su tío y
al fin se marchó, despedido por las cariñosas palabras del ermitaño. Entonces
el corazón del héroe iba reconfortado por la seguridad de que Dios había de
ayudarlo en su empresa y partió gozoso y satisfecho hacia el castillo del Santo
Grial.
Al ir atravesando un bosque, oyó ruido de pisadas de
caballo y se detuvo para ver quién se acercaba. Era un caballero, armado de
pies a cabeza, que se detuvo ante él.
-Fuerte pareces, caballero -le dijo-; pero como yo
también tengo pretensiones de serlo, vamos a ver quién de los dos resulta
vencedor en nuestro encuentro.
Parsifal aceptó el reto y los dos empezaron a luchar
furiosamente. A medida que la lucha se prolongaba y los dos caballeros se
reconocían de igual fuerza, más aumentaba la cólera que mutuamente sentían.
Los golpes que se asestaban hacían retemblar la
tierra; pero ninguno de ellos obtenía una ventaja sobre su contrario, hasta que
al fin, en vista de que ninguno de los dos resultaba vencedor, cesaron
momentáneamente para recobrar las fuerzas.
- Debes de ser el diablo -exclamó el desconocido- y a
fe de mi padre Gamuret, que nunca encontré caballero como tú tan valiente y
poderoso.
- ¿Gamuret, dices? -Preguntó Parsifal.
-Sí así se llamaba mi padre.
-Pues entonces eres, sin duda mi hermano-contestó
Parsifal porque también mi padre se llamaba así.
Se reconocieron los dos hermanos y quitándose los
cascos, se reconciliaron en el acto, decidiéndose a continuar su camino junto,
en dirección a la corte del rey Arturo.
Llegaron los dos hermanos a la corte y fueron
espléndidamente recibidos. Parsifal dio cuenta de la batalla que acababan de
sostener y de la imposibilidad en que se vieron de vencerse uno a otro, lo cual
fue causa de admiración para todos.
Luego su hermano hizo un relato de su vida, de sus
aventuras y refirió cómo, habiendo vencido a todos los caballeros de su tierra
había resuelto salir de ella para vencer a todos los cristianos que se le
pusieran por delante, hasta que se encontró a su hermano, a quien no había
podido vencer.
Después de este relato se sentaron todos a la mesa y
empezó la comida. Al terminarla apareció una mujer montada a caballo y envuelta
en un manto negro. Espeso velo le tapaba el rostro; pero, al descubrirlo,
apareció la mensajera del Santo Grial.
Se acercó a Parsifal y arrodillándose ante él, le
dijo.
-¡Oh, tú, hijo de Gamuret! Perdóname las palabras
ofensivas que otra vez te dirigí. Eres el más digno de los caballeros y el
elegido para ser rey del Santo Grial. Ven conmigo al castillo de Monsalvat y
allí serás coronado después de haber libertado al Rey Amfortas de sus sufrimientos.
Tu esposa, con tus dos hijos, Lohengrin y Cardess, compartirán contigo tu
reinado y en toda la tierra serás famoso por tu poder.
Parsifal y toda la corte oyeron con el mayor asombro
estas palabras y en cuanto la mensajera del Grial hubo terminado, vieron que
las lágrimas corrían por sus mejillas. Inmediatamente montó a caballo para
regresar y Parsifal, acompañado de su hermano, la siguió hacia el castillo del
Santo Grial.
Parsifal estaba alegre en extremo de que, por fin, se
le presentara la ocasión de curar al pobre rey Amfortas. Deseaba ardientemente
llegar a Monsalvat para llevar a cabo la obra de caridad, hasta que, por fin,
en lontananza, apareció la montaña y el castillo maravilloso.
Llegaron a él y fueron introducidos en el acto a la
hermosa sala en que la otra vez se celebró el banquete. Los caballeros estaban
tristes y apesadumbrados y el desgraciado rey Amfortas sufría más que nunca de
sus heridas.
En cuanto vió a Parsifal, la alegría se pintó en su
semblante y dirigiéndose al héroe, le dijo:
-Hace mucho, muchísimo tiempo, que aguardo tu venida.
Entonces Parsifal, en extremo gozoso, le hizo la
pregunta:
-¿Cuál es la causa de tu sufrimiento, tío?
La pregunta de la liberación estaba hecha e
inmediatamente Amfortas se sintió sano, curado de sus heridas y su rostro
brillaba de extraordinario contento. Dio la mano a Parsifal y mientras sus
caballeros proferían gritos de alegría, se quitó la corona y la puso en manos
de su sobrino.
Muy bueno gracias por compartir :)
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