viernes, 4 de julio de 2014

EL PRÍNCIPE FELÍZ



Dominando la ciudad, sobre una alta columna, se elevaba la estatua del Príncipe Feliz. Era toda dorada, cubierta de tenues, hojas de oro fino; tenía, por ojos, dos brillantes zafiros, y un gran rubí rojo centelleaba en el puño de su espada. Todo esto le hacía ser muy admirado.
-Es tan hermoso como una veleta -observaba uno de los concejales de la ciudad, que deseaba granjearse una reputación de hombre de gusto artístico; sólo que no es tan útil, añadía, temiendo que le tomasen por hombre poco práctico, lo que realmente no era. -
-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz?, preguntaba una madre sentimental a su hijito, que lloraba pidiendo la luna. Al Príncipe Feliz nunca se le ocurre llorar por nada.
-Me alegro de que haya alguien en el mundo completamente feliz murmuraba un desengañado, contemplando la maravillosa estatua.
-Tiene todo el aspecto de un ángel -decían los niños del Hospicio al salir de la Catedral, con sus brillantes capas escarlatas y sus limpios delantales blancos.
-¿En qué lo conocéis? -replicaba el profesor de matemáticas. Nunca vísteis ninguno.
-i Oh, los hemos visto en sueños! - contestaban los niños; y el profesor de matemáticas fruncía el entrecejo y tomaba un aire severo, pues no podía aprobar que los niños soñasen.
Una noche voló sobre la ciudad una pequeña golondrina.
-¿Dónde me hospedaré? se preguntó. Espero que habrán hecho preparativos para recibirme.
Entonces vio la estatua sobre su alta columna.
-Voy a guarecerme allí se dijo. El lugar es bonito y bien aireado
Así, fue a posarse justamente entre los pies del Príncipe Feliz.
Tengo una alcoba dorada se dijo dulcemente, mirando a su alrededor. Y se dispuso a dormir. Pero no había acabado de esconder la cabeza bajo el ala, cuando le cayó encima una gran gota de agua.
-¡Qué cosa tan rara! –exclamó. No hay una nube en todo el cielo, las estrellas están claras y brillantes, y sin embargo, llueve.
Entonces, cayó otra gota.
-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? dijo. Voy a buscar una buena chimenea.
Y decidió llevar su vuelo a otra parte.
Pero, antes de que abríese las alas, cayó una tercera gota; y mirando hacia arriba, vio.... ¡Ah, lo que vio!
Los ojos del Príncipe Feliz estaban llenos de lágrimas, y lágrimas corrían por sus doradas mejillas. Tan bello era su rostro, a la luz de la luna, que la golondrina se sintió llena de compasión.
-¿Quién sois? -preguntó.
-Soy el Príncipe Feliz.
-Entonces ¿por qué lloráis? Casi me habéis empapado.
-Cuando estaba en vida y tenía un corazón de hombre contestó la estatua, yo no sabía lo que eran las lágrimas, pues vivía en el Palacio de la Despreocupación, donde no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín, y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se elevaba un altísimo muro; pero jamás sentí curiosidad por conocer lo que había tras él: tan hermoso era cuanto me rodeaba. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz, y feliz era en verdad, si el placer es la dicha. Así viví, y así morí. Y ahora que estoy muerto, me han subido tan alto, que puedo ver todas las fealdades y toda la miseria de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no tengo más remedio que llorar.
-Allá abajo -continuó la estatua con voz queda y musical, allá abajo, en una callejuela, hay una casuca miserable. Una de las ventanas está abierta, y, a través de ella, veo a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está demacrado y marchito, y sus manos, ásperas y rojizas, están llenas de pinchazos, pues es costurera. Borda pasionarias en un traje de seda que debe lucir en el próximo baile de Palacio la más bella de las damas de la reina. Sobre una cama, en el rincón del aposento, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre, y pide naranjas. Su madre sólo puede darle agua del río; así, que el niño llora. Golondrina, golondrina, golondrinita, ¿querrías llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están clavados a este pedestal, y no puedo moverme.
-Me esperan en Egipto -respondió la golondrina.
-Golondrina, golondrina, golondrinita dijo el Príncipe, ¿no te quedarás conmigo una noche, y serás mi mensajera? ¡El niño tiene tanta sed, y la madre está tan triste!
La mirada del Príncipe Feliz era tan triste, que la golondrina se conmovió.
-Hace mucho frío aquí dijo; pero me quedaré una noche contigo y seré tu mensajera.
-Gracias, golondrinita dijo el Príncipe.
Entonces la golondrina arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe, y con él en el pico remontó su vuelo por encima de los tejados. Pasó junto a la torre de la Catedral, que tenía ángeles esculpidos en mármol blanco. Pasó junto al Palacio, donde se oía música de danza. Una preciosa muchacha salió al balcón con su novio.
-¡Qué hermosas son las estrellas dijo él, y cuán maravilloso es el poder del amor!
-Espero que mi traje estará listo para el baile de gala replicó ella. He mandado bordar en él pasionarias. ¡Pero las costureras son tan holgazanas!
Pasó sobre el río, y vio las linternas colgadas de los mástiles de los navíos. Pasó sobre la Judería, y vio a los viejos mercaderes urdiendo negocios y pesando monedas en balanza de cobre. Al fin llegó a la pobre casuca, y miró. El niño se agitaba febrilmente en su cama, y la madre se había dormido de cansancio. Entonces, la golondrina saltó al cuarto y depositó el gran rubí encima de la mesa, junto al dedal de la costurera. Luego, revoloteó dulcemente alrededor de la cama, abanicando con sus alas la frente del niño.

-¡Qué fresco tan agradable! dijo el niño. Debo de estar mejor.
Y cayó en un delicioso sueño.
Entonces la golondrina volvió hacia el Príncipe Feliz, y le contó lo que había hecho.
-Es curioso añadió; pero ahora casi tengo calor; y, sin embargo, hace mucho frío.  -Es porque has hecho una buena acción respondió el Príncipe.
Y la golondrina comenzó a reflexionar, y se durmió.
Al rayar el alba, voló hacia el río a tomar un baño.
-¡Qué extraordinario fenómeno! -exclamó el profesor de Biología, que pasaba por el puente ¡Una golondrina en invierno!
- Esta noche partiré para Egipto  decíase la golondrina; y a esta idea, sentíase muy contenta.
Visitó todos los monumentos públicos, y descansó largo en el campanario de la iglesia. Los gorriones susurraban a su paso y se decían unos a otros: “¡Qué extranjera tan distinguida!,”  cosa que la llenaba de alegría.
Al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.
-¿Tienes algunos encargos que darme para Egipto? le gritó. Voy a partir.
-Golondrina, golondrina, golondrinita dijo el Príncipe, ¿no te, quedarás conmigo otra noche?
-Me esperan en Egipto contestó la golondrina.
-Golondrina, golondrina, golondrinita dijo el Príncipe, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en un desván. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles, y en un vaso, a su lado, se marchita un ramo de violetas. Sus cabellos son castaños y rizados, y sus labios rojos como granos de granada, y sus ojos anchos y soñadores. Se esfuerza en acabar una obra para el director del teatro; pero tiene demasiado frío para seguir escribiendo. No hay fuego en la chimenea, y el hambre le ha extenuado.
-Me quedaré otra noche contigo dijo la golondrina, que realmente tenía buen corazón. ¿Hay que llevarle otro rubí?
-¡Ay!, no tengo más rubíes dijo el Príncipe. Mis ojos es lo único que me queda, son dos rarísimos zafiros, traídos de la India hace mil años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, y comprará pan y leña y acabará su obra.
-Querido príncipe dijo la golondrina, yo no puedo hacer eso.
Y se echó a llorar.
-Golondrina, golondrina, golondrinita dijo el Príncipe, haz lo que te pido.
Entonces la golondrina arrancó uno de los ojos del Príncipe, y echó a volar con él hacia el desván del estudiante. No era difícil entrar en él, pues había un agujero en el techo, que aprovechó la golondrina para entrar como una flecha. Tenía el joven la cabeza hundida entre las manos; así que no oyó el rumor de las alas.
Cuando, al fin, levantó los ojos, vio el hermoso zafiro encima de las violetas marchitas y se sintió completamente dichoso.
Al día siguiente, la golondrina voló hacia el puerto. Se posó sobre el mástil de un gran navío, y se estuvo mirando a los marineros, que subían con cuerdas unas enormes cajas de la cala.
-¡Me voy a Egipto! les gritó la golondrina. Pero nadie le hacía caso.
Al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.
-Vengo a decirte adiós le dijo.
-Golondrina, golondrina, golondrinita dijo el Príncipe, ¿no te quedarás conmigo otra noche?
-Es invierno contestó la golondrina, y pronto llegará la nieve helada. En Egipto, el sol calienta sobre las palmeras verdes, y los cocodrilos, echados entre el fango, miran en torno suyo.
-Allá abajo, en la plaza dijo el Príncipe Feliz, hay una niña que vende cerillas. Se lo han caído las cerillas en el barro, y se han echado a perder. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y por eso llora. No lleva zapatos ni medias, y su cabecita va sin nada. Arranca mi otro ojo y dáselo, y su padre no le pegará.
-Pasaré otra noche contigo dijo la golondrina; pero no puedo arrancarte el otro ojo. Te quedarías ciego del todo.
-Golondrina, golondrina, golondrinita dijo el Príncipe, haz lo que te pido.
Entonces, la golondrina arrancó el otro ojo del Príncipe, y echó a volar con él. Posándose sobre el hombro de la niña, deslizó la joya en sus manos.
-¡Qué trozo de cristal tan bonito! exclamó la niña. Y corrió hacia su casa, riendo.
Entonces, la golondrina volvió hacia el Príncipe.
-Ahora que estás ciego dijo, me quedaré a tu lado para siempre.
-No, golondrinita  dijo el pobre Príncipe; tienes que ir a Egipto.
-Me quedaré a tu lado para siempre repitió la golondrina
Y se durmió entre los pies del Príncipe.
Al día siguiente, se posó sobre el hombro del Príncipe, y le contó lo que había visto en países extraños.
-Querida golondrinita dijo el Príncipe, me cuentas cosas maravillosas; pero más maravilloso es todavía lo que sufren los hombres. No hay misterio tan grande como la miseria. Vuela por mi ciudad, golondrinita, y cuéntame lo que veas.
Entonces la golondrina voló por la gran ciudad, y vio a los ricos que se regocijaban en sus palacios soberbios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas. Voló por las callejuelas sombrías, y vio los rostros pálidos de los niños que mueren de hambre, mientras miran con indiferencia las calles negras. Bajo los arcos de un puente había dos chiquillos acostados, uno en brazos del otro, para darse calor.
-¡Qué hambre tenemos! decían.
-¡Largo de ahí! les gritó un guardia; y tuvieron que alejarse bajo la lluvia.
Entonces la golondrina volvió hacia el Príncipe, y le contó lo que había visto.
-Estoy cubierto de oro fino dijo el Príncipe; despréndelo hoja por hoja, y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede darles la dicha.
Hoja a hoja arrancó la golondrina el oro fino, hasta que el Príncipe Feliz no tuvo ya ni brillo ni belleza. Hoja a hoja distribuyó el oro fino entre los pobres; y los rostros de los niños se pusieron sonrosados, y los niños rieron y jugaron por las calles.
-¡Ya tenemos pan! gritaban.
Entonces vino la nieve, y después de la nieve el hielo. Las calles parecían de plata, de tal modo brillaban. Todo el mundo se cubría con pieles y los niños llevaban gorros encarnados, y patinaban sobre el hielo.
La pobre golondrina tenia frío, cada vez más frio; pero no quería abandonar al Príncipe; le amaba demasiado. Picoteaba las migajas a la puerta del panadero, cuando éste no la veía e intentaba calentarse batiendo las alas.
Pero, al fin, comprendió que iba a morir. Tuvo aún fuerzas para volar hasta el hombro del Príncipe.
-¡Adiós, querido Príncipe!  murmuró. ¿Me permites que  te bese la mano?
-Me alegro de que al fin te vayas a Egipto, golondrinita dijo el Príncipe. Demasiado tiempo has estado aquí.
-No es a Egipto a donde voy contestó la golondrina. Voy a casa de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad?
Y besó al Príncipe Feliz en los labios, y cayó muerta a sus pies.
En el mismo instante resonó un singular crujido en el interior de la estatua, como si algo se hubiese roto en ella. El caso es que el corazón de plomo se había partido en dos. Indudablemente hacía un frío terrible.

A la mañana siguiente paseaba el alcalde por la plaza, con los concejales de la ciudad.
Al pasar al lado de la columna, levantó los ojos hacia la estatua.
-¡Caramba dijo, qué aspecto tan desarrapado tiene el Príncipe Feliz!
-¡Completamente desarrapado! repitieron los concejales, que eran siempre de la opinión del alcalde; y subieron todos para examinarlo.
-El rubí de la espada se ha caído, los ojos desaparecieron, y ya no es dorado dijo el alcalde. En una palabra: un pordiosero.
-¡Un pordiosero!  hicieron eco los concejales.
-Y a sus pies hay un pájaro muerto prosiguió el Alcalde. Será preciso derribar la estatua del Príncipe Feliz.
Cuando la derribaron, arrojaron el corazón de plomo al basurero en que yacía la golondrina muerta.
-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad dijo Dios a uno de sus ángeles.
Y el ángel le trajo el corazón de plomo y el pájaro muerto.
-Has elegido bien dijo Dios; pues en mi jardín del paraíso esta avecilla cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

                                                                                                                     OSCAR WILDE


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"Y colorín colorado, este cuento se ha acabado"

  KUMAS

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